MIS 35 AÑOS
COMO DIRECTORA DEL HOGAR DE ANCIANOS
“MATEO OLIVER” DE LA
CIUDAD DE DAIREAUX
Por Marta
Pastori de Ginestet
Me costó mucho esfuerzo ir a trabajar al Hogar de
Ancianos, pues en aquel entonces tenía aún hijos pequeños. Los dos varones de
poco más de 10 años, y mi hija de 8 años; además mi esposo no estaba de acuerdo
con que aceptara esa responsabilidad. Pero alguien “ganó por cansancio”, quien
fuera en ese momento Intendente de Daireaux, Don Francisco Coppié. Una persona
que hizo mucho por su ciudad a pesar de su edad. Solo cabe recordar algunas de
sus obras. La Terminal
de ómnibus; el Gimnasio Municipal; la ampliación del Hospital Municipal; EL
Hogar de Ancianos, el Corralón Municipal; el Colegio la Sagrada Familia , implementó el
agua corriente en las viviendas; el sistema de cloacas en el pueblo y muchas
otras cosas. Era un hombre que amaba su pueblo por encima de todas las cosas.
Cuando me propuso la dirección del Hogar, estaba al
corriente de mi desempeño como Jefe de Personal en una empresa italiana llamada
“SIAP Saic” (Sociedad Industrial de Aparatos de Precisión) dedicada a la industria, en la ciudad de la Plata.
Tuve el honor de dirigir el Hogar de Ancianos “Mateo
Oliver” durante 25 largos años; siempre me sentí muy próxima a los ancianos, y
allí tuve la oportunidad de trabajar y cuidar a muchos de ellos, eran casi 70
residentes. Cuando entré había mucho por hacer. Llegaron al Hogar muchos en un
total estado de abandono y sin familia, había que brindarles, en lo posible, una vida digna.
Aprovecho esta oportunidad para hablar del equipo de
gente que me acompañó en esta tarea, especial mención a la “Comisión
Cooperadora” integrada por excelentes personas tales como:
Presidente. Sr. Mateo Oliver
Vice-Presidente:
Dr. Norberto Martinez
Tesorero: Sr.
Jorge Mattioli
Vocales: Sr.
Manuel Canullán y Sr. Oscar Sequeira
Y a muchos más, a quienes agradezco por ayudar a que
los ancianos tuvieran una vida digna.
La primera obra que se hizo con la ayuda del
Municipio, fue otro pabellón con más de 16 camas. El día que lo habilitamos nos
dimos cuenta que había que hacer otro más porque no era suficiente; además
había que hacer urgentemente un baño con un gran tremo tanque para tener suficiente agua
caliente y un cuarto anexado para ir vistiendo a los abuelos una vez que
estuvieran bañados. Recuerdo a que muchos les sorprendían tantas normas de
higiene, pero se acostumbraron pronto, y comenzaron a disfrutarlas. Para esa
tarea había dos personas a cargo que lo hacían muy bien y con mucho respeto.
Había también un amplio comedor con mesas y sillas
donde se reunían y formaban grupos entre ellos.
En la cocina estaba a cargo la señora Luisa Cena,
quién guardaba un orden extraordinario, controlaba todo pero sin mezquinar
nada; los abuelos comían muy bien y estaban conforme con todo, lo que era muy
importante para todos nosotros.
Durante tantos años en el Hogar fui recogiendo muchas
historias y anécdotas, recuerdo una particularmente. Encontré un abuelo tirado
en la calle, mejor dicho refugiado en la Estación de Tren, aparentemente vivía allí.
Siempre que pasaba lo veía sentado al pie de un árbol, acompañado de una
botella de vino y un perro atorrante que se había aquerenciado. Entonces me
pregunté que hacía ese abuelo viviendo en esas condiciones cuando podía estar en
el Hogar. Así que aquel día, cuando vino mi asistente Víctor, que me ayudaba y
me hacía mandados, le pedí que me acompañara y nos fuimos en la camioneta del
Hogar hasta donde estaba el anciano. Me enteré que se llamaba “Matías”, y vino
a mi memoria la canción del “Viejo Matías”, que según decía la letra era un
calco del viejo de la estación. Me acerqué a él, lo saludé con un “Buen día” y
le pregunté si sabía quién era yo. A lo que me contestó que como no iba a
saberlo, dijo
_Usted es la mujer del Ingeniero Ginestet _ luego
agregó _ ¡Bah! Todos lo conocemos como “el Pupi Ginestet”. Lo conozco bien
porque cuando pasa por acá me da cigarrillos de los buenos, y de vez en cuando
una botellita de tinto. Eso sí, siempre me dice “¿Por qué no te vas al Hogar?”
Allí está mi mujer y vas a estar muy bien.
Aquel día no pude llevarlo conmigo, ni tampoco el
otro, ni el otro, hasta que al final aceptó d venir. Estaba tan sucio, que mi
primera preocupación era que se bañara. Tenía una barba y un pelo muy largo,
que yo misma me ocupé de cortárselo. También lo afeité. Luego lo levamos al
baño y les dije a las chicas que hicieran el resto. Luego pidieron en la
ropería vestimentas y calzado adecuado para él. Lo que se le sacó, hubo que
quemarlo.
Aún recuerdo cuanto le costó dejar a su perro. Cuando
aceptó venir con nosotros se despidió de él diciéndole “chau hermano, vení a
visitarme” Luego me dijo:
_Señora Marta, voy a darle por última vez un “beso2 a
la botella, todavía le queda un poquito. Nunca más voy a tomar, se lo prometo.
Se me hizo un nudo adentro, pero lo había logrado. Lo
subí a la citroneta y me lo llevé al Hogar.
Así como Matías hubo muchos otros, pero una vez que
entraban en el Hogar sus vidas cambiaban por completo.
Pronto comencé a pensar como mantener a los abuelos
entretenidos, así que hicimos una huerta que era de envidiar por la buena
producción de verduras; además criábamos pollos para la cena de Navidad; todos
ayudaban a pelarlos.
Fabricamos una cancha de bochas y otra para jugar al
tejo. Realmente nos divertíamos mucho.
En el frente del Hogar hicimos un jardín que era la
admiración de todos; había un cedro
enorme que lo decorábamos en Navidad y poníamos regalos para todos, inclusive
para el personal.
Después de la merienda jugábamos al truco o al mus.
Matías era el promotor de todas las actividades lúdicas, había que ver lo bien
que estaba. Los abuelos al principio lo miraban con recelo, pues algunos lo
seguían considerando un croto, pero luego comenzaron a acostumbrarse a él.
En el tren había un señor que había hecho un tren
para llevar a los chicos al colegio, se llamaba “Don Boni”, y de tanto en tanto
venía al hogar y nos llevaba a pasear por el pueblo; íbamos cantando y
saludando a todos, era una verdadera fiesta para todos los abuelos.
En otra oportunidad llevé un grupo a las Termas de
Caruhe; otra vez fuimos un poco más lejos, a las Cataratas del Iguazú; había
que ver como disfrutaban de esos viajes, y yo con ellos también. Participaban
de todas las excursiones y actividades, el resto de los turistas no podían
creer que venían de un Hogar de Ancianos. En ese viaje me acompañó Nancy
Bellini, una muy buena enfermera.
Quisiera también mencionar muy especialmente a mi
secretaria, la señora Lidia Atin de Manso; era una leona, me ayudaba en todo.
Cuando tenía que ausentarme, me iba tranquila porque ella quedaba al frente y
hacía todo muy bien.
El resto del personal era muy colaborador, cada cual
cumplía muy bien su función: enfermeros, mucamas, la encargada de la farmacia;
el Hogar tenía farmacia propia, que era muy importante. El personal de cocina,
del lavadero, su encargada, la señora de Recarey cumplía muy bien su función.
No voy a decir que todo era perfecto, especialmente
entre el personal, cuando hay mucha gente trabajando en el mismo lugar, siempre
surge algún roce, pero en ese caso hay que comprenderlos y tratar de hacerles
ver la realidad. Por otra parte, el trabajar con ancianos no es fácil, ya que
se requiere mucha comprensión y paciencia, y por la parte de los que estábamos
al frente, brindarles mucho respeto y cariño.
El Hogar tenía médico propio, en aquel entonces era
la joven doctora Lucía Luzzini; tenía una excelente relación con los abuelos.
Inclusive, aquel abuelo que quisiera podía tener un médico de cabecera.
Frente al Hogar se encuentra el Parque Ingeniero
Martín, allí íbamos a tomar mate con torta que preparaba el personal de cocina,
y jugábamos al football.
De vez en cuando teníamos la visita de diferentes
bandas de música de Daireaux, que venían a divertir a los abuelos y a hacerlos
bailar.
Fue una buena época de mi vida, lo pasaba muy bien
con los abuelos, los comprendía y era conciente que lo que necesitaban era
“mucho cariño”, y yo recibía mucho de ellos.
Durante 25 años me dediqué en cuerpo y alma al Hogar
y a los abuelos, procurando brindarles una vida lo más confortable posible,
atendiéndolos y respetándolos. Creo haberlo logrado. No siempre cultivé amigos,
pero para mi lo prioritario eran los abuelos.
Dejé el cargo a fines del 2003. Salí por la puerta
grande y no quise darme la vuelta porque sabía que todos los abuelos me estaban
mirando por las ventanas. Salir del Hogar de Ancianos “Mateo Oliver” convencida
del deber cumplido.
Agradezco al personal que se reunió en el comedor
para despedirme y darme un recordatorio. Debo decir que ellos colmaron el
espacio vacío dejado por algunos de los funcionarios municipales de la época,
que no vinieron a decirme ni siquiera “gracias por los servicios prestados”.
Fue la gente del pueblo quién me lo reconoció y lamentó mi retiro de la institución.
Y ese reconocimiento es para mí más que suficiente; además entendieron que
había llegado mi tiempo de retirarme a descansar.
ABUELOS, los llevaré siempre muy cerca de mi corazón
por el cariño y la colaboración que recibí de todos ustedes. Me acompañaron en
todos los proyectos destinados a mejorar la calidad de vida dentro de la
institución _ la huerta, la cría de ponedoras y pollos, el jardín, etc. _ Y por ese sincero “gracias, Doña Marta” que a
diario escuchaba de todos ustedes. Espero haberlo merecido.
ABUELOS, adiós, hasta siempre y que Dios los bendiga.
Marta Pastori de Ginestet,
Noviembre 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario