Anécdota de mi paso por
el seminario por Valerio Tobaldo
Los “tigres andan sueltos”
En el colegio de dividían en
grupos de acuerdo a la edad y parte de la carrera:
Las tres divisiones eran:
La primera división era de los
mayores, que ya estábamos cursando el
último año de Filosofía y teníamos mucho
más libertad, ya que en ese último año debías preparar tu tesis sobre un tema filosófico que vos
elegías y el resultado te lo otorgaban los profesores en un triunvirato,
formado por el rector y dos filósofos, que no eran profesores del colegio.
Podíamos a
cualquier hora del día , aún luego de la cena, concurrir a la biblioteca
donde el bibliotecario nos ayudaba.
La segunda división, a la que
llamaban la de los medianos o retóricos, eran todos entre 16 y 17 años, que aún
estaban cursando el secundario, pero perfeccionando los idiomas y ya hacía más de un año que habían entrado.
La división de menores la
formaban los que recién entraban y
algunos que habían quedado debiendo alguna materia y debía prepararla para marzo.
Los mayores teníamos nuestro
propio dormitorio, los medianos y
primera división tenían su dormitorio común.
Los dormitorios eran grandes y
se separaba una cama de la otra con una pared de 1,50 de alto, ancho 2 metros a fin de que entraran la cama y un
armario; los dos dormitorios tenían la misma estructura. Los que tenían
materias para marzo, si no las aprobaban, se tenían que ir al los “boxes”, es
decir sus casas.
Los de la tercera y segunda
división dormían en un dormitorio común y eran unos 70 alumnos, había algunos
de los medianos que eran la piel de judas en hacer fechorías, que no estaban de acuerdo con el reglamento.
Por lo general estos eran excelentes alumnos, pero…
Esto que voy a contar, pasó en
el dormitorio de los medianos y chicos,
Había un alumno que se lo tenía tildado como una quinta columna en el grupo,
su función era informar al preceptor que los cuidaba y dormía en un pequeño
dormitorio junto con ellos, todo lo que
los demás hacían o dejaban de hacer durante el día. Simplemente
en castellano “orejero” y sus demás compañeros lo aislaban y le saltaban como “sapo a la guadaña”. Se sentía más perdido que “ser humano en la neblina” (No
digo “turco” porque también ellos me
merecen mi respeto ya que no son
culpables de de haber nacido en Turquía
) .
Había muchos gatos, muy mansos
ya que de la cocina diariamente les daban de comer. Había una gata, que había
tenido cría (siete gatitos) en un viejo
gallinero y que algunos los iban a ver todos los días. Se habían puesto tan mansos que los agarraban
y los tenían levantados y la gata se quedaba con ellos.
Un día, habían quedado sin recreo las dos divisiones,
por cuentos del quinto columnista al preceptor.
Los demás se la juraron:
Consiguieron una caja, donde entraban la gata y sus
gatitos y a la hora de cenar uno llevó
la caja al dormitorio y la puso debajo de la cama cercana al del mal visto
compañero.
Luego de cenar, todos tenían un recreo de diez minutos, y
luego al baño y a acostarse. Durante ese recreo, uno de ellos se fue al
dormitorio sacó la gata y los gatitos de
la caja, tiró la caja por una ventana y puso la gata y sus
crías en la cama entre las
frazadas y sábanas del que querían
castigar.
Terminado el recreo y la ida al
baño, el preceptor y muchos de los
alumnos entraron al dormitorio y sintieron como gritaban la gata y los gatitos, y buscaron de donde venía
el ruido, sacaron de golpe las frazadas y las
sábanas y se produjo como una
explosión lo que originó un desparramo
de gatos por todo el dormitorio. Nos contaba,
uno de los que dormían ahí, que todo se convirtió en una cacería de
hombres detrás de los gatos. Estos asustados corrían por todo el dormitorio,
bajo las camas y los alumnos se metían debajo de las mismas , de panza por el
suelo, corriéndolos por los pasillos y por los armarios para capturarlos; la
cacería duró más de una hora, no quedó
cama ni armario en su lugar, y
por fin pudieron apresar al último gatito, claro, según ellos. El dormitorio
parecía un campo de batalla con heridos y contusos Algunos de los cazadores terminaron
rasguñados por lo gatos. Así que luego debieron ser curados por el preceptor.
Pero no todo terminó allí, hacia
las tres de la mañana sienten aullar a un gatito, saltaron algunos de sus camas
en pijama y lo encontraron detrás de un armario.
Era muy grave la falta que se había cometido y el
castigo debía ser acorde con la falta: Luego de mucho averiguar y seguro, por
algunas filtraciones de los que sabían y no lo decían, hizo que el rector,
aquella misma tarde, nos reuniera a todos
en el salón de actos y nos dijo:
_ O se terminan con estas faltas de disciplina o
empiezan las expulsiones. Ya pueden
irse.
Si querés más clarito échale
agua.
A cada una de las divisiones se
les puso 10 amonestaciones, ya que muchos que lo sabían no hablaron, y a los tres culpables principales se los expulsó.
Demás esta decir que después de
esto cada uno nos cuidábamos como “de mearnos
en la cama”
Al poco tiempo, fue tan grande
el vacío que todos sus compañeros le
hicimos, que abandonó y se fue a su casa.
Hoy, después de viejo, creo que
la actitud que todos demostramos contra ese compañero fue una falta total de caridad cristiana, estoy seguro que hoy no
lo hubiera hecho. .
Algún día contaré el porqué se
originaron este tipo de conductas en la vida interna del seminario, resultantes
de las diferencias culturales entre España y Argentina; dos sistemas de
conductas, indudablemente irreconciliables al principio, que demoró mucho tiempo en ser asimilada
tanto por nosotros como por los curas o hermanos mallorquines que eran enviados
a dirigir la institución escolar seminarista.
Doy un ejemplo: el mate para
ellos era algo inconcebible, pues no admitían que varios usaran una misma bombilla, porque aseguraban
que podía ocasionar un contagio, sin embargo para nosotros era un signo de la cultura
nacional..
En fin, dejemos esto para otra
oportunidad, lo que mis anécdotas reflejan es una clara reacción natural frente al hecho ser
comprendidos; los argentinos podemos
opinar sobre una doma de potros, pero nunca sobre una toreada.
Con todo quede bien claro, que
eran sacerdotes puros como un diamante y hacían de su misión apostólica todo lo
que juraron cuando fueron ordenados curas.
A la distancia puedo comprender
mejor todos nuestros errores, y también los de ellos; quizás ellos se
equivocaron menos.
En fin, estas anécdotas no
pretenden herir a nadie, sino
simplemente, mediante este recurso literario, dar color a una época de mi vida,
procurando analizarla desde el sentido del humor. Un abrazo para todos
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