domingo, 10 de noviembre de 2013

LOS TIGRES ANDAN SUELTOS


Anécdota de mi paso por el seminario por Valerio Tobaldo
Los “tigres andan sueltos”
En el colegio de dividían en grupos de acuerdo a la edad y parte de la carrera:
Las tres divisiones eran:
La primera división era de los mayores, que ya estábamos  cursando el último año de Filosofía y teníamos  mucho más libertad, ya que en ese último año debías preparar  tu tesis sobre un tema filosófico que vos elegías y el resultado te lo otorgaban los profesores en un triunvirato, formado por el rector y dos filósofos, que no eran profesores del colegio.
Podíamos  a  cualquier hora del día , aún luego de la cena, concurrir a la biblioteca donde el bibliotecario nos ayudaba.
La segunda división, a la que llamaban la de los medianos o retóricos, eran todos entre 16 y 17 años, que aún estaban cursando el secundario, pero perfeccionando los idiomas  y ya hacía más de un año que habían entrado.
La división de menores la formaban los  que recién entraban y algunos que habían quedado debiendo alguna materia y debía prepararla para marzo.
Los mayores teníamos nuestro propio dormitorio,  los medianos y primera división tenían su dormitorio común.  
Los dormitorios eran grandes y se separaba una cama de la otra con una pared de 1,50 de alto, ancho  2 metros a fin de que entraran la cama y un armario; los dos dormitorios tenían la misma estructura. Los que tenían materias para marzo, si no las aprobaban, se tenían que ir al los “boxes”, es decir   sus casas.
Los de la tercera y segunda división dormían en un dormitorio común y eran unos 70 alumnos, había algunos de los medianos que eran la piel de judas en hacer fechorías,  que no estaban de acuerdo con el reglamento. Por lo general estos eran excelentes alumnos, pero…
Esto que voy a contar, pasó en el dormitorio de los medianos y chicos,
Había un alumno que se lo tenía  tildado como una quinta columna en el grupo, su función era informar al preceptor que los cuidaba y dormía en un pequeño dormitorio junto  con ellos, todo lo que los  demás hacían  o dejaban de hacer durante el día. Simplemente en castellano “orejero” y sus demás compañeros lo aislaban y le saltaban como “sapo a la guadaña”.  Se sentía más perdido que “ser humano en la neblina”  (No digo  “turco” porque también ellos me merecen mi respeto ya que no  son culpables de  de haber nacido en Turquía ) .
Había muchos gatos, muy mansos ya que de la cocina diariamente les daban de comer. Había una gata, que había tenido cría (siete gatitos)  en un viejo gallinero y que algunos los iban a ver todos los días.  Se habían puesto tan mansos que los agarraban y los tenían levantados y la gata se quedaba con ellos.
Un día,  habían quedado sin recreo las dos divisiones, por cuentos del quinto columnista al preceptor.  Los demás se la juraron:
Consiguieron  una caja, donde entraban la gata y sus gatitos y  a la hora de cenar uno llevó la caja al dormitorio y la puso debajo de la cama cercana al del  mal visto  compañero.
Luego de cenar,  todos tenían un recreo de diez minutos, y luego al baño y a acostarse. Durante ese recreo, uno de ellos se fue al dormitorio sacó  la gata y los gatitos de la caja,  tiró la caja  por una ventana y puso la gata y sus crías    en la cama entre las frazadas  y sábanas del que querían castigar.
Terminado el recreo y la ida al baño,  el preceptor y muchos de los alumnos entraron al dormitorio y sintieron como gritaban la  gata y los gatitos, y buscaron de donde venía el ruido, sacaron de golpe las frazadas y las  sábanas   y se produjo como una explosión lo que originó un  desparramo de gatos por todo el dormitorio. Nos contaba,  uno de los que dormían ahí, que todo se convirtió en una cacería de hombres detrás de los gatos. Estos asustados corrían por todo el dormitorio, bajo las camas y los alumnos se metían debajo de las mismas , de panza por el suelo, corriéndolos por los pasillos y por los armarios para capturarlos; la cacería duró más de una hora, no quedó  cama ni armario en su lugar,  y por fin pudieron apresar al último gatito, claro, según ellos. El dormitorio parecía un campo de batalla con heridos y contusos  Algunos de los cazadores terminaron rasguñados por lo gatos. Así que luego debieron ser curados por el preceptor.
Pero no todo terminó allí, hacia las tres de la mañana sienten aullar a un gatito, saltaron algunos de sus camas en pijama  y lo encontraron detrás de  un armario.  
Era  muy grave la falta que se había cometido y el castigo debía ser acorde con la falta: Luego de mucho averiguar y seguro, por algunas filtraciones de los que sabían y no lo decían, hizo que el rector, aquella misma tarde, nos reuniera a todos  en el salón de actos  y nos dijo:
_ O se terminan con estas faltas de disciplina o empiezan  las expulsiones. Ya pueden irse.
Si querés más clarito échale agua.
A cada una de las divisiones se les puso 10 amonestaciones, ya que  muchos que lo sabían  no hablaron,  y a los tres culpables principales se los expulsó.
Demás esta decir que después de esto cada uno nos cuidábamos como “de mearnos en la cama”
Al poco tiempo, fue tan grande el vacío  que todos sus compañeros le hicimos, que abandonó y se fue a su casa.
Hoy, después de viejo, creo que la actitud que todos demostramos contra ese compañero  fue una falta total  de caridad cristiana, estoy seguro que hoy no lo hubiera hecho.  .
Algún día contaré el porqué se originaron este tipo de conductas en la vida interna del seminario, resultantes de las diferencias culturales entre España y Argentina; dos sistemas de conductas, indudablemente irreconciliables al principio,   que demoró mucho tiempo en ser asimilada tanto por nosotros como por los curas o hermanos mallorquines que eran enviados a dirigir la institución escolar seminarista.
Doy un ejemplo: el mate para ellos era algo inconcebible, pues no admitían que varios  usaran una misma bombilla, porque aseguraban que podía ocasionar un contagio, sin embargo  para nosotros era un signo de la cultura nacional..
En fin, dejemos esto para otra oportunidad, lo que mis anécdotas reflejan es una clara  reacción natural frente al hecho ser comprendidos; los argentinos  podemos opinar sobre una doma de potros, pero nunca sobre una toreada.
Con todo quede bien claro, que eran sacerdotes puros como un diamante y hacían de su misión apostólica todo lo que juraron cuando fueron ordenados curas.
A la distancia puedo comprender mejor todos nuestros errores, y también los de ellos; quizás ellos se equivocaron menos.
En fin, estas anécdotas no pretenden herir a nadie,  sino simplemente, mediante este recurso literario, dar color a una época de mi vida, procurando analizarla desde el sentido del humor. Un abrazo para todos    


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