martes, 21 de enero de 2014

GIUSEPPE LUIGI MASCIARELLI, Historia de un inmigrante italiano en Daireaux, Argentina



La RED DE AMIGOS DE LA CULTURA ITALOARGENTINA tiene el placer de presentar el testimonio de vida de uno de nuestros más queridos inmigrantes italianos en Daireaux, Don GIUSEPPE LUIGI MASCIARELLI. Y agradece su aporte vital  a este espacio de encuentro para nuestros inmigrantes, su historia y su cultura.
Tanti Auguri nell’anno dei suoi 80 anni!!! Abbraccione dai tutti gli amici della RETE

LA HISTORIA DE MI VIDA
Por
GIUSEPPE LUIGI MASCIARELLI

Nací el 23 de Abril de 1934  en San Martino en Marruccina Chieti Abruzzo, Italia.

El 29 de Marzo de 1952 con mi familia nos embarcamos en el vapor “Conte Grande” en el puerto de Génova con destino a la República Argentina. Éramos mi madre y cuatro hermanos, pues mi padre ya vivía en Buenos Aires, Argentina desde 1949. Llegamos al puerto de Buenos Aires en el 15 de Abril a la tarde.

Les cuento como fue mi viaje:

A bordo comíamos muy bien, diría que en abundancia. Siempre compartíamos  la misma mesa en el comedor del barco con los muchachos jóvenes. No solo comíamos nuestra comida sino también aquella de los pasajeros, que debido al mal de mar no podían comer. A la noche bailábamos y escuchábamos música en la salón de baile.

Mi vida en Argentina:
Mi primer trabajo fue en una empresa de ómnibus que se llamaba “Micro Mar”, que hacía la ruta Buenos Aires – Mar del Plata. Allí trabajaba como mecánico y llevaba el autobús a la plataforma de la terminal de Constitución.

Cuando dejé esa empresa, me fui a trabajar como mecánica en una agencia de automotores de lujo, que estaba en Riobamba y Santa Fe, en el centro de Buenos Aires. Trabajando allí conocí a Luis Sandrini y a Olga Zubarri, actores que venían a reparar sus autos.

Más tarde, mi padre y un primo compraron un camión, y me contrataron como chofer, que junto a otro hemos viajamos por toda la Argentina, hasta que lo vendieron.

Conocí a mi esposa, una paisana de Atezza, provincia de Chieti (mi provincia natal). Nos casamos en Junio de 1962 y tuvimos dos hijos.

Con mi hermano abrimos una pequeña fábrica familiar de confección de punto, donde trabajábamos entre 8 y 10 personas. Funcionó bastante bien durante un tiempo. Desgraciadamente mi mujer se enfermó de cáncer y murió en 7 meses, lo cual afectó tanto a nuestra empresa que al poco tiempo quebramos.
Luego se enfermó mi hija, y murió con apenas 38 años.

Quedé solo con mi hijo. Tengo cuatro nietos, dos de mi hija y dos de mi hijo, que son el motor de mi vida.
El 24 de Abril cumpliré 80 años, “Se Dio vuole” (Si Dios quiere)


jueves, 9 de enero de 2014

COMO SERÁ LA IGLESIA TRAS LA PERESTROIKA DEL PAPA REVOLUCIONARIO

La RED DE AMIGOS DE LA CULTURA ITALOARGENTINA recomienda altamente la lectura de esta magnífica “reflexión futurista”  de José Manuel Vidal sobre la gestión del Papa Francisco

Serie: CULTURA Y RELIGIÓN “Cómo será la Iglesia tras la "perestroika" del Papa revolucionario” recopilado por nuestro blogger Valerio Tobaldo para la RED

La Iglesia reparada que dejará el Papa Francisco

Legará una Iglesia mosaico, mas bella cuanto más plural

José Manuel Vidal, 05 de enero de 2014  - 2014, el año de la revolución tranquila de Francisco
 "Muy consciente de la gravedad de este acto, con total libertad, declaro que renuncio al ministerio del obispo de Roma, sucesor de san Pedro, confiado a mí por los cardenales el 13 de marzo de 2013". Son las 12 en punto del 13 de marzo de 2023. Desde la ventana pontificia, con la misma fórmula utilizada por su predecesor, Benedicto XVI, el Papa Francisco se despide de los suyos.
Sólo que Bergoglio, fiel a sí mismo, la pronuncia en italiano y con la voz quebrada por sus 86 años y una asfixia creciente. La plaza de San Pedro abarrotada enmudece. Se corta el silencio. Y el Papa aprovecha para añadir: "Queridos hermanos y hermanas: El Señor me llama a 'subir al monte', a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Es hora de dar paso a otro obispo de Roma".
Como sacudidas por un terremoto, las 150.000 almas congregadas en la plaza despiertan de la pesadilla y comienzan a reaccionar. Unos lloran desconsoladamente al Papa "llegado del fin del mundo". Otros rezan por el "Papa de los pobres". Los más gritan a coro: "Francesco, no te vayas".
Y, desde la ventana, el Papa al que siempre le encantó interactuar con sus fieles, responde: "No abandono la Iglesia; al contrario, la voy a seguir sirviendo con la misma dedicación y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero de un modo más adecuado a mi edad y a mis fuerzas". Y, con un nudo en la garganta, bendice por última vez a la gente y repite, también por última vez, su célebre fórmula final de cada audiencia: "Buen domingo y buen apetito".
La cortina blanca se cierra tras él. Al instante, los medios de comunicación y las redes sociales hierven ya de titulares: "Francisco renuncia como su predecesor", "Se va el Papa de los pobres", "Adiós al Papa de la primavera", "Se marcha Francisco, pero deja una Iglesia rejuvenecida" o "Francisco deja el timón de una Iglesia reparada".
"Francisco pasa el testigo y se retira, pero puede estar orgulloso de la Iglesia que nos deja", asegura en directo el comentarista de la televisión vaticana. Y con razón. Cuando llegó al solio pontificio en aquel ya lejano 2013, el primer Papa latinoamericano, que tenía ya 76 años, se encontró con una institución que había tocado fondo, tras 35 años de conservadurismo. Eso sí, con momentos brillantes de Juan Pablo II, el Papa Magno y peregrino, y de Benedicto XVI, el Papa anciano y sabio. Pero con el péndulo tan escorado a la 'derecha' que el ciclo conservador se agoto en sí mismo.
Y tuvo un triste final. Con polarización, exclusión, crispación y pérdida creciente de efectivos en una especie de cisma silencioso hacia la indiferencia. Con miedo, mucho miedo a hablar, a discrepar, a opinar, a pensar, a salirse de lo eclesialmente correcto. Con escándalos planetarios: pederastia, mayordomo infiel, vatileaks, cuervos, escándalos financieros...Con un grave deterioro de la imagen, una pérdida galopante de credibilidad y de autoridad moral (la única de la que dispone la Iglesia) y, por si eso fuera poco, con los medios de todo el mundo hurgando en sus miserias y exhibiéndolas con mofa y escarnio en la aldea mediática global.
En ese contexto, el 11 de febrero de 2013, Benedicto XVI, al presentar su renuncia (la segunda, después de la de Celestino V en el 1294), lanza un grito de alarma con aquel gesto revolucionario, profético, que marca y antes y un después, que le pone fecha de caducidad al papado y, por extensión, a los demás cargos eclesiásticos, y que coloca a la Iglesia en proceso de reconversión.
Benedicto dimite porque ya no tiene "fuerzas físicas ni espirituales para seguir limpiando". Barrendero de Dios, barre las manzanas podridas del clero, instaura la tolerancia cero ante esos "crímenes" y se convierte en chivo expiatorio, pero se queda sin fuerzas para barrer su propia casa: la Curia y el IOR, que, un día sí y otro también, le dejan en evidencia. El dice unas cosas y ellos hacen y dicen las contrarias. De ahí que su renuncia se conviertiese en una lección de máximos para los eclesiásticos, y, al mismo tiempo, en la máxima "venganza sagrada": al irse obliga a dimitir y quedar en el limbo canónico a todos los curiales que habían convertido la sala de máquinas de la Iglesia en una "cueva de ladrones".
El órdago total necesitaba un nuevo timonel. Con fuerzas y agallas para plantar cara y coger el látigo como Jesús en el templo. Y en menos de dos meses, 115 ancianos cardenales consiguieron el milagro de hacer resucitar a la Iglesia como el ave fénix y convertirla en la única institución global capaz de regenerarse desde dentro y desde arriba. Y es que, con la elección inesperada del Papa Bergoglio, "nacióle un sol a la Iglesia", como dijera Dante de San Francisco.
El nuevo Papa "del fin del mundo" se gana el corazón de la opinión pública y publicada desde su primera aparición en la logia pontificia. Y pone en marcha un tsunami interno y externo, una nueva primavera de la Iglesia. Una primavera que, tras 10 años de abnegado servicio, ha florecido en todas sus estructuras y a todos los niveles. Desde la cúpula a las bases. Porque, amén de sus gestos llamativos, Francisco aplicó a la Iglesia, sin que le temblase el pulso, una hoja de ruta reformista, cuyo plan detallado había anunciado el 26 de noviembre de 2013, con la exhortación apostólica "Evangelii Gaudium" (La alegría del Evangelio).
Aquel documento fue el programa del "repara mi Iglesia en ruinas" del santo de Asís retomado y concretado por el Papa Francisco. Una revolución tranquila, pero revolución. Una clara ruptura. Un cambio de ciclo expresado en aquella célebre máxima bergogliana: "Primero el Evangelio y, después, la doctrina". Fue el paso de la tristeza a la sonrisa, de las normas a la libertad, del rigorismo a la familiaridad, de la Iglesia-aduana a la Iglesia-casa. Con flores en el porche, siempre abierta para todos y con una especial predilección por los más tirados.
Fue la vuelta al Concilio congelado durante más de 30 años, para activar todas sus potencialidades. El regreso a la Iglesia mosaico, más bella cuanto más plural. Un "aggiornamento" que recordaba mucho al del Papa Juan XXIII en los años 60 del siglo pasado. De hecho, Francisco, al que muchos llamaban el nuevo Papa Bueno, comenzó la renovación de la Iglesia por el propio papado. Dando ejemplo. Haciendo lo que después pediría a todos los demás. Diez años después, con los 86 cumplidos y la renuncia presentada, puede presumir, aunque no lo haga, de un buen ramillete de logros que le dieron la vuelta a la Iglesia como un calcetín.
Un nuevo estilo de ser Papa: Francisco fue el último Papa imperialista y con reflejos constantinianos. Democratizó el papado y lo convirtió en un "servicio" normal. Para eso, cambió en profundidad no sólo la forma de gobernar mucho más democrática, sino que dedicó su tiempo a los fieles (pobres, enfermos) más que a los poderosos y a los clérigos. Además, abandonó el "Apartamento pontificio", haciendo añicos el icono ideológico de la Sede Apostólica como centro de poder de impronta divina. Fue algo así como si Obama abandonase la Casa Blanca, como si la Reina de Inglaterra dejase Buckingham Palace, o el Rey Juan Carlos saliese de La Zarzuela para irse a vivir a un pisito en Vallecas o Moratalaz.
Para romper el espinazo a la Curia como centro de poder, la reformó a fondo, la internacionalizó, descentralizó la Iglesia y la hizo mucho más sinodal. De hecho convirtió el Sínodo de Obispos en un organismo deliberativo y potenció las conferencias episcopales, como organismos colegiados de los obispos.
De no pintar casi nada en la Iglesia, los laicos (la inmensa mayoría de fieles) dejaron de ser "clase de tropa", para ocupar puesto de responsabilidad en todos los escalafones eclesiásticos. Varios llegaron a presidentes de dicasterios y algunos incluso a cardenales.
Recibió un colegio cardenalicio de "príncipes de la Iglesia" y lo transformó en un senado de hombres sabios y de reconocida espiritualidad, para ayudarle a gobernar la Iglesia. Y acabó con sus púrpuras y sus armiños, resabios de épocas pasadas.
Pidió perdón por la marginación de las mujeres en la Iglesia durante tantos siglos, las promovió a los cargos más elevados de la Curia y algunas entraron también en el colegio cardenalicio. Los más conservadores pusieron el grito en el cielo ante la primera cardenala. Por eso, por respetar el "sensus fidelium", Francisco no dio el paso (querido y soñado por él) de ordenar mujeres sacerdotes y obispas, pero le dejó el camino expedito a su sucesor para que lo pueda hacer.
Hizo realidad el sueño de Jesús de la unidad de todos los cristianos. Unidad en la pluralidad y en la diversidad. Anglicanos, ortodoxos y protestantes por vez primera en la historia reconocieron su primado espiritual en la caridad, conservando su independencia. Fruto de esa unión, su viaje a Moscú, la tercera Roma, y su abrazo con el Patriarca de todas las Rusias.