miércoles, 27 de noviembre de 2013

LA SOCIEDAD FUTURA por Jean Grave: La lucha contra la naturaleza y el auxilio mutuo



Interesante análisis de Jean Grave sobre la sociedad futura que estamos construyendo, propuesto por nuestro blogger Valerio Tobaldo para la RED

“Es inútil, en fin, continuar luchando individuo contra individuo, nación contra nación, raza contra raza. ¿No es la tierra bastante grande para alimentar a todo el mundo y satisfacer todas nuestras necesidades? Ciertos burgueses lo niegas. ¿Qué vale su aserción?”

LA SOCIEDAD FUTURA  por Jean Grave: La lucha contra la naturaleza y el auxilio mutuo

Como se ve, no tenemos que buscar otros argumentos en favor del derecho a la revolución que los que emplea la ciencia burguesa oficial para defender sus privilegios y justificar la explotación que nos hace sufrir. Con las teorías burguesas nada más fácil que minar las bases del orden social que ellas pretenden consolidar.
Pero nosotros tenemos miras más amplias y una concepción más clara de las relaciones sociales. Sabemos que aun en medio de la abundancia, el hombre no puede ser feliz si está obligado a defender su situación contra las reclamaciones de los hambrientos; sabemos que, cualquiera que sea su inconsciencia, el privilegiado puede, algunas veces, ser atenazado por los remordimientos cuando reflexiona que su lujo es el producto de la miseria de centenares de desgraciados; sabemos que la violencia no es una resolución, y pretendemos justificar nuestras teorías con argumentos racionales, positivos y con la ayuda de falsas concepciones de las leyes naturales.
También, lejos de considerar las sociedades humanas como un vasto campo de batalla en que la victoria pertenece a los apetitos más desarrollados, pensamos, al contrario, que todos los esfuerzos del hombre deben unirse y dirigirse únicamente contra la naturaleza que le presenta hartas dificultades que vencer, innumerables obstáculos que derribar, no poca resistencia en producir lo que es necesario a su existencia, bastantes misterios que poner en claro para emplear de este modo sus instintos de lucha y encontrar los elementos de un combate mucho más provechoso que despedazarse mutuamente.
¡Cuántas fuerzas perdidas, cuántas existencias sacrificadas, ya en el duro combate por la vida en el seno de las sociedades, ya en esas guerras estúpidas conocidas con el nombre de guerras nacionales! ¡Cuántas inteligencias malogradas, que en otro medio trabajarían en provecho de la evolución humana, mientras que ahora perecen miserablemente sin haber podido producir nada!
Los economistas dicen que cada hombre representa un capital, y tratan de justificar un orden de cosas que -no pueden menos de confesarlo- causa, por su mala organización, la desaparición de miles de desgraciados que mueren antes de haber llegado a la mitad de su carrera. ¡Qué ilogismo!
Y todos estos hombres que se enervan y se embrutecen en la vida de los campos y de los cuarteles, si se empleasen en trabajos de saneamiento y de desmonte, o construyesen diques y canales, desecasen pantanos y perforasen montanas, ¿no serían más útiles a la humanidad que haciendo de centinelas delante de un muro por donde no pasa nadie, o a la puerta de un patio para impedir que entren los perros? ¿Cuándo se comprenderá que en lugar de emplear sus fuerzas en destruir, sería más útil a la humanidad emplearlas en un trabajo productivo? ¿Cuándo se comprenderá que todo organismo que se deja invadir por el parasitismo, no sólo perece él mismo, sino que ocasiona también la muerte de los parásitos, incapaces de acomodarse a nuevas condiciones?
Si todas las fuerzas que se gastan para producir esas armas de guerra, esas máquinas explosivas, todo ese material útil solamente para la destrucción, se empleasen en producir las máquinas y los útiles perfeccionados necesarios a la producción, cuánto se reduciría la parte de esfuerzos reclamada a cada uno para la cooperación o a la producción general, cuán poco tiempo sería preciso a cada uno para poder satisfacer sus primeras necesidades. Se comprende en seguida que entonces ya no habría necesidad de la coerción social que los economistas juzgan útil para asegurar la subsistencia de todos.
Si todos los esfuerzos de los inventores que se dedican a perfeccionar corazas y blindajes para los navíos que hoy, efecto de su enorme peso, apenas pueden marchar, y que manan a la invención de un nuevo cañón o de un nuevo sistema de torpedos hará inútiles; si todos sus cálculos, todas sus ecuaciones, todas sus facultades inventoras hubiesen sido dirigidas a encontrar las fórmulas para aumentar la potencia productiva del hombre, instrumentos nuevos de producción, ¡cuántos proyectos que hoy todavía no nos parecen más que sueños se hubieran podido haber realizado ya! Siendo en el inventor una necesidad incoercible la acción de buscar y calcular, en la sociedad que nosotros queremos, donde no se haría sentir la necesidad de ejércitos tan poderosos, todos esos gastos de fuerzas se dirigirían hacia el descubrimiento de fuerzas útiles y estos descubrimientos redundarían en provecho de todos; pues habiendo sido destruida la especulación, no podría aprovecharse de ellos y convertirlos en medios de explotación en provecho de una minoría y con detrimento del mayor número, como pasa ahora que los descubrimientos más útiles no proporcionan más que un acrecentamiento de cargas y de miserias a los productores, mientras que duplican los capitales de los ociosos.
Es inútil, en fin, continuar luchando individuo contra individuo, nación contra nación, raza contra raza. ¿No es la tierra bastante grande para alimentar a todo el mundo y satisfacer todas nuestras necesidades? Ciertos burgueses lo niegas. ¿Qué vale su aserción?
¿No hay bastantes víveres para que cada individuo quede completamente satisfecho?





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