jueves, 31 de octubre de 2013

UN CRIOLLO EN BUENOS AIRES


VALERIO TOBALDO
Mis anécdotas
Un criollo en Buenos Aires
Nos contaba Benito Ruiz, que era Mayordomo de  una estancia llamada  “Los Alfalfares”, muy cerca de la localidad de Maggiolo en la Provincia  de Santa Fe, que tenía un Puestero trabajando en el establecimiento desde hacía muchísimos  años. Don Adalberto, tal era su nombre, vivía con su mujer, doña Alejandrina y una única hija, Luisa, que por cierto “ya no se cocinaba en un solo hervor” y lo peor, sin candidato a la vista.  Pasaban los años hasta que una amiga de Luisa , que hacía tiempo vivía en Buenos Aires, intentó convencer a  don Adalberto y a doña Alejandrina que dejaran ir a la Luisa a la capital.  Pero todo fue en  vano. Ni bien, ni mal se iba su “nena” a Buenos Aires. La Luisa no era ni  linda ni fea, era como la actual  Selección Argentina de Fútbol : “mucha  delantera , pero media floja en  defensa” .En los bailes nunca jugó como titular  siempre como  suplente, y si alguna vez entró fue en los últimos minutos  para hacer  tiempo. Todo lo que conocía la pobre muchacha era Venado Tuerto, una ciudad vecina.
 El tiempo fue pasando y ya la Luisa treintañera  y sin compromisos habidos ni por haber, se confabuló  con su madre y su amiga de la capital  y agarraron el toro por las astas; sin más preámbulos le anunciaron a don Adalberto que la Luisa se iba a Buenos Aires la semana próxima y que se alojaría hasta encontrar trabajo en la casa de su amiga.
Don Adalberto “corcoveó un rato  en redondo”, como si quisiera sacarse el jinete de encima  y al principio se resistió hasta que la Luisa le  dijo: 
_Soy mayor de edad y te guste o no  yo me voy Buenos Aires, aquí no me quedo un día más para vestir Santos _ y agregó _ Te guste o no yo me voy. Además la  mamá esta de acuerdo.
Sin lugar a dudas, la pobre doña Alejandrina iba a sentir mucho a su hija, pero seguir discutiendo con don Adalberto era “como bolsillo de manco” en criollo: al pedo.
Como ya se había quedado sin argumentos, don Adalberto la amenazó con que   nunca más los vería ni a él ni a su madre. Pero la Luisa partió.
Pasados 4 años desde que la muchacha se había instalado en Buenos Aires; había conseguido trabajo al poco tiempo de llegar, luego formó pareja. Pero don Adalberto seguía en sus treces,  no quería saber nada de ella, ni  ir a visitarla, ni tampoco que ella viniera al campo.
Como doña Alejandrina no andaba bien de salud, un amigo de don Adalberto lo convenció que fueran a visitar a su hija, que él iba a la semana siguiente a Buenos Aires en tren y así podrían viajar juntos.  
Don Adalberto lo habló con su esposa, pero el médico le dijo que ella no podía viajar, así que arreglaron que iría solo y le avisaron a su hija que lo fuera a esperar a Retiro. El paisano no tenía ni la más  mínima noción de lo que era  Buenos Aires.
Todo lo que sigue se lo contó personalmente don Adalberto a otro paisano que fue mi Capataz  en un campo donde yo trabajaba, se llamaba  don Nicolás Artaza. Eran amigos, y en una ocasión se encontraron y mantuvieron, más o menos, la siguiente conversación; aunque a decir verdad fue más bien un monólogo de don Adalberto:
_ Viejo, ¿Como te fue por Buenos Aires? _ Quiso saber don Artaza.
_ Mirá Negro, vos no vas a creer lo que te voy a contar. Yo tenía otra idea de la ciudad, allí  no hay ni campos ni rodeos donde nosotros podamos trabajar. La gente vive a los empujones, puro alboroto. Todos corren cuando llega un colectivo  a una esquina  y después no suben. Como me extrañó le pregunté a la Luisa   porque no subían y ella me dijo que no era  el número que debían tomar para donde iban. Además pareciera que no tienen lugar para levantar casas, ya que están todas encimadas, como si nosotros montáramos  cuatro ranchos, uno sobre otro. Caballos en el poblado, no ves ninguno, usan una cosa de dos ruedas, más chicas que las de  un sulky de carrera, parece que se llama bicicleta y las traen de otros pagos. No vieras, che, corre más que un avestruz, es serenita y no corcovea,  y como no come nada te juro que ni bostea. No se como diablo ni en que idioma hablan, no podes entender  un carajo. Te juro que si hubiera tenido una tijera  le corto la porra a más de uno. Andan con los pantalones rotos. Ves a los pendejos y a las pendejas fumando o chupando cervezas  en las plazas. Continuamente  tenés  que ir esquivando soretes de perros en todos lados.
Salí con la Luisa a dar una  vuelta por la ciudad y me dice ¿Papá,  ves el “Obe”? y me mostró un coso lago para arriba, entonces le pegunté ¿que es  el “Obe”? Papá,  me  dijo molesta, es el Obelisco. Me pregunté para que habían hecho una cosa así si  después no lo usan para nada, porque gente no se veía que viviera. Cansados de caminar, la Luisa me propuso tomar el “subte”, yo creí que eso era un refresco, y me gustó la idea porque estaba más cansado que “perro de verdulero”. Pero cuando llegamos ¡Qué decepción, mi amigo! nos metimos en un pozo con escaleras,  y la gente  subía y bajaba, entonces  le pregunté que era eso del “subte”. La luisa dijo, papá el “subte” .es el tren subterráneo. Entramos, te juro que yo iba más cagado que “palo e gallinero”  Llegamos y antes  de  subir al tren había unos aparatos que  se llaman molinetes, que tienen  unas ranuras para meter una ficha, y recién podés entrar, si no  metés  la ficha, por más que empujes, minga vas a pasar. Esperamos un buen rato hasta que llegó un cosa parecida a un tren y cuando se abrieron las puertas de golpe  la gente salía y entraba a los empujones, como cuando encerras  vacas en los corrales.  Cuando quise acordar no vi más a la Luisa. Y rápidamente pensé para mis adentros ¿si no la encontrás  que haces?   Por ahí la vi y las puertas se cerraron solas. Ya había pasado tres días en Buenos Aires y mi amigo se volvía y yo con él. Hasta ese momento la Luisa no me había preguntado por la madre,  entonces la llamé y le dije
_“LUISA, NO ME PREGUNTASTE NUNCA  POR “LA QUETE
_ ¿QUIEN ES LA “QUETE”  PAPÁ? _ me preguntó extrañada.
_ “LA QUE TE PARIO” M’HIJA ¡TU MADRE!

Te juro hermano que  ni “maneao” ni “embozalao” me llevan más a Buenos Aires.      

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