viernes, 11 de octubre de 2013

NUEVAS EXPERIENCIAS EN LA ZONA DE LOBOS


VALERIO TOBALDO
SUS ORÍGENES, SUS ANTEPASADOS.
CÓMO SU FAMILIA FORMÓ PARTE DE LA INMIGRACIÓN ITALIANA PROCEDENTE DE 
VICENZA, REGIÓN DEL VENETO

CAPITULO XVI

Terminada la cosecha se compraron algunos lotes de vacas y novillitos a fin de aprovechar los chalares. Teniendo en cuenta los rindes anteriores se iba a seguir sembrando maíz, pero había que ir pensando en la rotación de las tierras a fin de no llegar al monocultivo.
No estoy seguro en la fecha pero alrededor de Abril o Mayo de 1974 nos entregaron El Cañadón, en Ariel, muy cercano a Azul.
Tampoco recuerdo si el campo había estado arrendado, pero sí en esa fecha ya lo había recibido la dueña y empezaba a administrarlo Iñaki. Sabíamos que nos íbamos a encontrar con un campo sin hacienda, y que el puestero, el Sr. Abraham, según la propietaria del campo, se había comprometido a quedarse. Pero grande fue nuestra sorpresa cuando llegamos y encontramos al Sr. Abraham cargando sus muebles en un camión.
De alguna manera había que solucionar la situación. Habló Iñaki con el Sr Abraham quién le dio a entender que había existido un entredicho con la firma anterior. Iñaki lo escuchó y con mucha diplomacia, y apurando el expediente, le mencionó el sueldo y le remarcó la gran oportunidad que se estaba perdiendo. Psicológicamente se ganó la batalla.
El Cañadón era un campo de cría con pastos naturales. Recorrimos lote por lote y nos formamos una idea de cómo debía que explotarse considerando su capacidad de hectárea / vaca.
Mi gestión sobre este campo se llevaba a cabo mediante dos o tres visitas al mes. A las novedades diarias me las pasaba el encargado por radio a las 8 de mañana. A este fin se le colocó una radio Motorota
Muy pronto Iñaki compró un lote de vacas de cría y las envió al campo.
Algo que mencionaré de aquella inspección con Iñaki en Santa María fue la idea de construir un tanque de tierra, yo no los conocía hasta ese momento. Recuerdo que lo miré extrañado y él riéndose me dijo que estaba seguro de que yo no los conocía pero que con las explicaciones que me iba a dar lo entendería sin problemas. Tomó un papel y en un dibujo me dejó marcado todos los pasos a seguir. Y yo pensé para mis adentros: “Esto es más fácil que robarle los chorizos a Grundel”. Había aprendido una cosa nueva. Algo importante que había que cuidar en estos tanques eran las cuevas en zonas de nutrias y peludos.
También se habló sobre la necesidad de instalar una balanza para camiones. No había pasado una semana y me comunicó por radio que había comprado la balanza marca Biancheti de 60 toneladas, que llegaría al campo en veinte días. Un técnico me traería los planos con anterioridad para ejecutar la obra civil necesaria para la instalación. Se determinó el sitio adecuado, se solicitaron tres presupuestos para la obra y se aceptó el de un albañil de Roque Pérez. En el plazo de un mes la balanza estaba instalaba. Es muy importante contar con una balanza en el campo porque de esa manera se lleva el propio control de las cargas y no sólo de lo que marca el ticket de la balanza del acopiador. Los camioneros también son un gremio a tener controlado. En la cosecha del año anterior en varias oportunidades cargamos camiones sin una orden de carga del acopiador. Los camiones, como no teníamos balanza propia, iban directamente al lote sin su orden de carga, cargaban y regresaban a la planta del acopiador. Esto significaba un enorme ejercicio de confianza, con excesivo riesgo. A partir de ese año impusimos un nuevo sistema con todas sus ventajas.
Por la mañana nos poníamos en contacto con el acopiador y le pedíamos la cantidad de camiones que se podrían cargar en ese día. El acopiador daba la orden de carga al camionero el cual pasaba por la balanza de la estancia para que lo destalaran (pesado en vacío) El balancero registraba los datos en un ticket, le devolvía la orden de carga con su autorización y le daba lote de destino para recoger. Una vez cargado el camión, volvía a la balanza de la estancia, se pesaba y se completaba el ticket; una copia era para el camionero. Esta era una manera organizada de mejorar el control para todas las partes implicadas; además, la estancia podía reclamar cuando las diferencias de ambas balanzas se salían de lo normal. 

Cumpliendo con plan ganadero vacunamos toda la hacienda contra Aftosa, desparasitamos los terneros y novillitos; también vacunamos contra Mancha, se nos había muerto un novillito y el veterinario, luego de revisarlo, nos aseguró que lo mejor era vacunar de inmediato todo los terneros y novillitos, teniendo en cuenta que en varios campos habían tenido el mismo problema. En El Bañadero y en El Cañadón también se vacunó contra Aftosa. 
Como ya dije, el plan general en Santa María era básicamente de agricultura. La hacienda que se compraba era para aprovechar los chalares o rastrojos a fin de que el campo no pasara periodos de inactividad. La idea de comprar vacas y novillitos, engordarlos y venderlos sin casi costo no se podía desechar. Recuerdo que le pedí a los Señores Cardoner, propietarios de una de las ferias de Lobos, que revisaran un lote de vacas para cerciorarme de que estaban en condiciones de venderse; al revisarlas uno de ellos me dijo que sí, y yo en tono de broma, pero para compromete, le dije que si las vacas se vendían mal por falta de estado la responsabilidad sería suya. En la primera feria se vendieron muy bien. El campo en su organización iba dando buenos frutos.

Un peligro para la hacienda eran los perros salvajes cimarrones, muy comunes en aquella zona. En grupo atacaban tanto de día como de noche a los terneros o novillos chicos y los mataban. Su lugar preferido para esconderse eran los juncales a las orillas del arroyo Las Garzas que cruzaba un campo vecino. En Santa María nos mataron dos terneros en una misma noche en un lote pegado al casco. Y para una vez que Marta se había decidido a tener gallinero, le mataron todas las gallinas en una noche. 
La situación se estaba poniendo muy peligrosa. Descubrimos el lugar donde se guarecían de día, una cueva dentro de un monte. Les tiramos en la cueva un tubo de Fotosín, veneno para matar insectos en los silos de cereales, y les tapamos la entrada con tierra. Al revisarla al día siguiente la cueva seguía tapada y no nos quedó ni la menor duda de que todos los perros que había adentro habían pasado a mejor vida. 
En una ocasión, Gustavo y Valeria que nunca abandonaban el casco pero que eran expertos en travesuras, se llegaron hasta un puesto de tambo abandonado y cercano a la cueva de los perros cimarrones. Yo creo que ese día Dios nos echó una mano porque un zorrino los meó y fue la razón por la que volvieron corriendo a casa. Cuando nos contaron lo que había pasado no sabíamos si alegrarnos o darles un cachetazo. Lo que sí recuerdo patente fue lo que le costó a Marta sacarles el olor en el cuerpo y en la ropa.
Y no quiero dejar pasar este tema sin contar otra anécdota sobre esos perros. Teníamos de vecino a un puestero, el Sr. Puldain. Una mañana muy temprano cerca de la casa escuchó como toreaban sus perros, al salir vio que dos de esos cimarrones atacaban a un novillito. Sin dudarlo, se le cruzó por la cabeza la idea de vengarse porque esto ya había pasado demasiadas veces. Montó en pelo el caballo que había agarrado para recorrer y con una escopeta en ristre, calibre 12 cargada, salió hacia donde estaban los perros. Cuando los tuvo a tiro apoyó su escopeta entre las orejas del caballo y les disparó…el pobre animal salió espantado dejando al Sr Puldain volando por un lado y la escopeta por el otro. Ya en su casa, su mujer no terminaba de sacarle rosetas de la ropa y el cuerpo. Las raspaduras también habían sido importantes. Cuando le preguntamos sobre lo que había pasado, nos dijo: “LOS MATÉ…pero yo no sé cómo un animal tan manso se asustó de esa manera con el simple ruido de un tiro”. 

La casa principal del casco de Santa María era una construcción muy antigua. Tenía un mirador que según decían era para avistar los malones. Su estado era de ruinas, inhabitable, por lo que se decidió su demolición. Busqué una empresa de Lobos. Las condiciones eran que se llevaran los escombros excepto la madera, las aberturas y las rejas. En un mes la demolición, recogida y limpieza quedaron acabadas. A Marta le dio mucha pena este derribo porque estaba muy enamorada de esta casa tan antigua. Ella siempre me decía que al contemplarla se imaginaba una vida romántica de mujeres de tiempos pasados.
Lo que sí quedó en pie, de la misma época que la casa, fue un ombú. Su tronco tenía unos dos metros de diámetro. Vaya a saber cuántas historias pasaron bajos sus ramas. En ese momento era el lugar de juego favorito de Gustavo y Valeria, en su tronco había varios huecos donde ellos se metían.

Algo nuevo que marcó toda una experiencia para mí fueron los viajes en el avión de Iñaki en las inspecciones a El Cañadón. El campo no tenía pista pero aterrizábamos en la ruta que estaba pegada al campo. Desde el principio me pareció algo muy útil, práctico, que nos ahorraba mucho tiempo. Pero no dejaba de ser paradójico y cómico que del avión bajáramos las monturas para hacer los recorridos a caballo. Esta manera de trasladarnos se hizo común con Iñaki a lo largo de muchos años de trabajar juntos.

Además de los campos que yo llevaba, Iñaki me pidió que le echara una mano al mayordomo de la estancia Santa Clara que también administraba él, un campo vecino a Santa María y propiedad de Clara Blaquier.
Habiéndose retirado su mayordomo, había quedado a cargo el segundo, Sr. Úbeda, un hombre bastante joven, muy acriollado, muy buena persona y de mucha confianza, pero que no tenía la experiencia necesaria para llevar adelante un campo agrícola-ganadero de tal magnitud.
Realicé mi supervisión de Santa Clara los martes y jueves por la tarde. De esto destaco las ganas de aprender que tenía el Sr. Úbeda, para mí fue un nuevo compromiso que me daba la oportunidad de compartir lo que yo sabía, de aprender enseñando. 
En Santa Clara también instalamos una balanza

No hay comentarios:

Publicar un comentario