domingo, 6 de octubre de 2013

MÁS ANÉCDOTAS



VALERIO TOBALDO
SUS ORÍGENES, SUS ANTEPASADOS.
CÓMO SU FAMILIA FORMÓ PARTE DE LA INMIGRACIÓN ITALIANA PROCEDENTE DE VICENZA, REGIÓN DEL VENETO

MÁS ANÉCDOTAS

Una de hemorroides

Recuerdo a un tractorista de Don José, Don Echeverría, que sufría constantemente de hemorroides. Era un hombre muy tímido y no brillaba por su limpieza. Estaba sufriendo dolores terribles por su problema pero le daba mucha vergüenza ir al médico y decirle que le dolía y le picaba mucho el culo (con perdón). Por fin lo convencimos para que se hiciera ver aunque le recomendé con diplomacia que intentara no decir culo sino ano.
Cuando lo llevé al pueblo, al médico, me iba preguntando con insistencia cómo tenía que llamarle al culo, y ya me pareció que no había sido buena idea mi consejo.
Luego de una larga espera, cuando le tocó su turno con el Doctor Barrutia, un médico franco que cuando tenía que decir una cosa no tenía pelos en la lengua, el pobre Don Echeverría empezó a dudar, se puso muy nervioso, no sabía cómo empezar. La situación se puso tensa y el médico le preguntó por tercera vez: “¿Pero qué te pasa negro?” Y Echeverría resoplando y mirando el suelo: “Dígame Doctor, cuál es el sobrenombre del culo porque ahí es donde me pica y me duele”.
El Doctor Barrutia, personaje singular, le recetó los remedios, entre ellos, una buena dosis de supositorios y no desaprovechó la oportunidad para recomendarle: “Mira negro, lo principal es la limpieza, por más que se llame culo hay que lavarlo cada tanto”.

Una de parientes aunque mi padre los negara

Los italianos son por lo general limpios, pero cuando sale un italiano sucio lo hace elevado a la última potencia y en todos los rubros.
Mi padre solía contar de los Basigaluppo de Chucul, parientes lejanos de nuestra familia aunque él siempre lo negaba. Decía que no había visto en su vida gente tan sucia y lo sabía bien porque vivían en chacras muy cercanas.
Un día que había ido a ayudarles en unos trabajos, como era costumbre entre vecinos, lo invitaron a almorzar. Y no se pudo negar porque tenían que terminar el trabajo por la tarde.
Cuando mi padre entró a la cocina que también hacía de comedor, lo primero que vio fue una gallina con pollitos y un lechón que salió disparando de debajo de la mesa. La cantidad de moscas que había era impresionante.
Saludó a Doña Delia que ya estaba aprontándose para cocinar quién le comentó que había albóndigas para el mediodía. La gringa acomodó sobre la tabla de madera un buen pedazo de carne y con una cuchilla empezó a picarlo. Al momento la carne se cubrió de moscas y Doña Delia seguía picando con gran esmero mientras les gritaba “FASTIDIOSE MOSCHE, FARE ATTENZIONE CON LE TESTE E CON LE GAMBE” (Fastidiosas moscas cuidado con las cabezas cuidado con las patas)
Ese día mi padre no comió albóndigas y creo que nos las probó nunca más en su vida.

Una de los mellizos Muñoz

Recuerdo a Muñoz, el domador de La María que vivía con su familia en un puesto muy cerca del casco. Tenía varios hijos y entre ellos unos mellizos de 11 años que eran la piel de Judas. 
Había que cosechar cebadilla y se empleó a los hermanos Pocielo de Benjamín Gould para este trabajo. Estos peones venían del pueblo en su propio sulky que guardaban bajo el monte del casco. Usaban para dormir una pieza pegada al galpón, lejos de la casa del personal.
Un sábado a la tarde andaban los mellizos por la estancia y eso siempre era un peligro. No tuvieron mejor idea que, en ausencia de los peones que estaban en su labor, sacarle las ruedas al sulky, y de costado, meter el cuerpo dentro de la pieza donde dormían los Pocielo. Lo acomodaron bien y le volvieron a poner las ruedas. 
Ya de noche, los Pocielo volvieron del campo, agarraron en el corral su caballo y se encontraron con la sorpresa de que el sulky no estaba. Varios peones juraron que lo habían visto al mediodía. Se armó un gran revuelo mientras no parábamos de buscarlo. El mayordomo le ordenó al segundo que fueran al pueblo a poner la denuncia.
Cuando los Pocielo fueron a buscar la ropa a la pieza se encontraron el sulky adentro armado y bien guardado.
Nadie lo dijo pero todos pensamos en los mellizos Muñoz.

Otra de “médicos”

Era un domingo de guardia por la noche y el Sr Houlin nos había prestado el Jeep, la famosa “mula baya”, para que fuéramos con su hijo Donald a una fiesta en Alejo Ledesma, cena y baile para celebrar el día del Pueblo. 
Ya cambiados para salir llegó a caballo el peón del tambero Gómez, venía a pedirnos de parte de su patrón si podíamos llevar a su esposa a Alejo Ledesma, al médico ya que se sentía muy mal. No había más remedio que hacerlo y como yo era el que estaba de guardia me tocaba a mí. Por su parte Donald no iba a renunciar al baile, le pediría el coche a su padre. Y acordamos juntarnos en el pueblo porque sabíamos que Doña María no tenía nada grave, ya lo había hecho muchas veces. 
Salí con el Jeep para el lado del tambo y cuando llegué ya estaban la señora y el esposo esperando. Doña María era muy gorda y el hueco de la puerta del Jeep era muy chico. No la podíamos meter y la mujer tampoco hacía mucho por ayudar. Entonces me dijo Don Gómez en un rapto de lucidez: “Si no entra la sentamos sobre el capó y levantamos el parabrisas. Yo la agarro y la voy cuidando”. 
Al final y después de mucho empujar, Doña María quedó sentada en el asiento y más sana que nunca, ya se le veía, y yo cambiado y sin baile.
Cuando llegamos a Alejo Ledesma, la algarabía era grande, música y gente divirtiéndose por las calles, y la mujer que me avisa que no va al médico sino al curandero. A la media hora salió “sana”, nos volvimos al tambo y se bajó muy oronda.
Era la una de la madrugada y yo ya no estaba para más bailes.

Otra del corazón de mi abuela Valentina

No quiero que quede flotando en el aire la personalidad de mi abuela Valentina como una mujer hosca y de mal carácter, que lo era, pero que también tenía un corazón enorme y se interesaba por las personas necesitadas, tanto cuando a esa necesidad la podía remediar ella misma como cuando tocaba recurrir a otros. 
Este es uno de los tantos casos que podría contar de mi abuela y que me fueron relatados por mi padre, quien sentía un gran cariño por ella pero que por las circunstancias no tuvo oportunidad de demostrarle. La falta de un padre y las grandes necesidades hacían que a edades tempranas se despegaran del hogar para trabajar en otras chacras.

Con mucho sacrificio, teniendo yo seis meses, mi padre quiso que mi madre me llevara hasta Chucul para que me conociera mi abuela, creo que fue la única vez que me vio.
Con mi madre se adoraban.
Estando ya en Chucul, fue de visita mi tía Italia, otra hija de la abuela que vivía en un pueblo muy cerca y tenía una muy buena situación económica. Trabajaba de modista profesional y su esposo era dueño de una pequeña usina eléctrica en el pueblo de Olaeta. Mi tía le comentó a la abuela que había comprado una máquina de coser nueva y que no había vendido la vieja. En aquella época una buena máquina de coser estaba al alcance de muy pocos. La abuela no dijo ni palabra, pero supongo que por su mente desfilaron esos rasgos de generosidad que caracterizaban a esta tana acostumbrada a pelearle a la vida. 
La tía Italia se fue unos días antes que nosotros en el mismo tren, sólo que ella viajaba hasta Olaeta y nosotros seguíamos hasta Monte Maíz.
Llegado el momento de partir, la abuela Valentina le dio a mi madre una carta para la tía que debía dársela al paso del tren, la estaría esperando en la estación. Pero en Olaeta nos esperaba algo más, una máquina profesional Singer a lanzadera que la tía Italia nos regalaba. 
Mi madre pudo coser con ella para nosotros y para los vecinos hasta su muerte, y luego se la llevó mi hermana Etelvina que aún la conserva como una reliquia de familia.
Con esta pequeña historia quiero completar la estampa de una mujer llena de virtudes y de amor, criada entre sacrificios y necesidades, que sola sacó toda una familia numerosa adelante. Una mujer que muchas veces renunció a lo que ella necesitaba y que tuvo las agallas suficientes para defender a los suyos cuando las circunstancias lo requerían. Como uno de los 600 descendientes del tronco familiar formado por Benedetto Tobaldo y Valentina D/Andrea llegados de Italia en el año 1908, muchas gracias abuela Valentina, cuántos descendientes quisiéramos tener esa manera de enfrentar la vida de acuerdo a las exigencias y necesidades del momento.

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