VALERIO TOBALDO
SUS ORÍGENES, SUS
ANTEPASADOS.
CÓMO SU FAMILIA FORMÓ PARTE DE LA INMIGRACIÓN ITALIANA
PROCEDENTE DE VICENZA, REGIÓN DEL VENETO
MÁS ANÉCDOTAS
Una de hemorroides
Recuerdo a un tractorista de Don José, Don
Echeverría, que sufría constantemente de hemorroides. Era un hombre muy tímido
y no brillaba por su limpieza. Estaba sufriendo dolores terribles por su
problema pero le daba mucha vergüenza ir al médico y decirle que le dolía y le
picaba mucho el culo (con perdón). Por fin lo convencimos para que se hiciera
ver aunque le recomendé con diplomacia que intentara no decir culo sino ano.
Cuando lo llevé al pueblo, al médico, me iba
preguntando con insistencia cómo tenía que llamarle al culo, y ya me pareció
que no había sido buena idea mi consejo.
Luego de una larga espera, cuando le tocó su
turno con el Doctor Barrutia, un médico franco que cuando tenía que decir una
cosa no tenía pelos en la lengua, el pobre Don Echeverría empezó a dudar, se
puso muy nervioso, no sabía cómo empezar. La situación se puso tensa y el
médico le preguntó por tercera vez: “¿Pero qué te pasa negro?” Y Echeverría
resoplando y mirando el suelo: “Dígame Doctor, cuál es el sobrenombre del culo
porque ahí es donde me pica y me duele”.
El Doctor Barrutia, personaje singular, le
recetó los remedios, entre ellos, una buena dosis de supositorios y no
desaprovechó la oportunidad para recomendarle: “Mira negro, lo principal es la
limpieza, por más que se llame culo hay que lavarlo cada tanto”.
Una de parientes aunque mi padre los negara
Los italianos son por lo general limpios, pero
cuando sale un italiano sucio lo hace elevado a la última potencia y en todos
los rubros.
Mi padre solía contar de los Basigaluppo de
Chucul, parientes lejanos de nuestra familia aunque él siempre lo negaba. Decía
que no había visto en su vida gente tan sucia y lo sabía bien porque vivían en
chacras muy cercanas.
Un día que había ido a ayudarles en unos
trabajos, como era costumbre entre vecinos, lo invitaron a almorzar. Y no se
pudo negar porque tenían que terminar el trabajo por la tarde.
Cuando mi padre entró a la cocina que también
hacía de comedor, lo primero que vio fue una gallina con pollitos y un lechón
que salió disparando de debajo de la mesa. La cantidad de moscas que había era
impresionante.
Saludó a Doña Delia que ya estaba aprontándose
para cocinar quién le comentó que había albóndigas para el mediodía. La gringa
acomodó sobre la tabla de madera un buen pedazo de carne y con una cuchilla
empezó a picarlo. Al momento la carne se cubrió de moscas y Doña Delia seguía
picando con gran esmero mientras les gritaba “FASTIDIOSE MOSCHE, FARE
ATTENZIONE CON LE TESTE E CON LE GAMBE” (Fastidiosas moscas cuidado con las
cabezas cuidado con las patas)
Ese día mi padre no comió albóndigas y creo que
nos las probó nunca más en su vida.
Una de los mellizos Muñoz
Recuerdo a Muñoz, el domador de La María que vivía con su
familia en un puesto muy cerca del casco. Tenía varios hijos y entre ellos unos
mellizos de 11 años que eran la piel de Judas.
Había que cosechar cebadilla y se empleó a los
hermanos Pocielo de Benjamín Gould para este trabajo. Estos peones venían del
pueblo en su propio sulky que guardaban bajo el monte del casco. Usaban para
dormir una pieza pegada al galpón, lejos de la casa del personal.
Un sábado a la tarde andaban los mellizos por la
estancia y eso siempre era un peligro. No tuvieron mejor idea que, en ausencia
de los peones que estaban en su labor, sacarle las ruedas al sulky, y de
costado, meter el cuerpo dentro de la pieza donde dormían los Pocielo. Lo
acomodaron bien y le volvieron a poner las ruedas.
Ya de noche, los Pocielo volvieron del campo,
agarraron en el corral su caballo y se encontraron con la sorpresa de que el
sulky no estaba. Varios peones juraron que lo habían visto al mediodía. Se armó
un gran revuelo mientras no parábamos de buscarlo. El mayordomo le ordenó al
segundo que fueran al pueblo a poner la denuncia.
Cuando los Pocielo fueron a buscar la ropa a la
pieza se encontraron el sulky adentro armado y bien guardado.
Nadie lo dijo pero todos pensamos en los
mellizos Muñoz.
Otra de “médicos”
Era un domingo de guardia por la noche y el Sr
Houlin nos había prestado el Jeep, la famosa “mula baya”, para que fuéramos con
su hijo Donald a una fiesta en Alejo Ledesma, cena y baile para celebrar el día
del Pueblo.
Ya cambiados para salir llegó a caballo el peón
del tambero Gómez, venía a pedirnos de parte de su patrón si podíamos llevar a
su esposa a Alejo Ledesma, al médico ya que se sentía muy mal. No había más
remedio que hacerlo y como yo era el que estaba de guardia me tocaba a mí. Por
su parte Donald no iba a renunciar al baile, le pediría el coche a su padre. Y
acordamos juntarnos en el pueblo porque sabíamos que Doña María no tenía nada
grave, ya lo había hecho muchas veces.
Salí con el Jeep para el lado del tambo y cuando
llegué ya estaban la señora y el esposo esperando. Doña María era muy gorda y
el hueco de la puerta del Jeep era muy chico. No la podíamos meter y la mujer
tampoco hacía mucho por ayudar. Entonces me dijo Don Gómez en un rapto de
lucidez: “Si no entra la sentamos sobre el capó y levantamos el parabrisas. Yo
la agarro y la voy cuidando”.
Al final y después de mucho empujar, Doña María
quedó sentada en el asiento y más sana que nunca, ya se le veía, y yo cambiado
y sin baile.
Cuando llegamos a Alejo Ledesma, la algarabía
era grande, música y gente divirtiéndose por las calles, y la mujer que me
avisa que no va al médico sino al curandero. A la media hora salió “sana”, nos
volvimos al tambo y se bajó muy oronda.
Era la una de la madrugada y yo ya no estaba
para más bailes.
Otra del corazón de mi abuela Valentina
No quiero que quede flotando en el aire la
personalidad de mi abuela Valentina como una mujer hosca y de mal carácter, que
lo era, pero que también tenía un corazón enorme y se interesaba por las
personas necesitadas, tanto cuando a esa necesidad la podía remediar ella misma
como cuando tocaba recurrir a otros.
Este es uno de los tantos casos que podría
contar de mi abuela y que me fueron relatados por mi padre, quien sentía un
gran cariño por ella pero que por las circunstancias no tuvo oportunidad de
demostrarle. La falta de un padre y las grandes necesidades hacían que a edades
tempranas se despegaran del hogar para trabajar en otras chacras.
Con mucho sacrificio, teniendo yo seis meses, mi
padre quiso que mi madre me llevara hasta Chucul para que me conociera mi
abuela, creo que fue la única vez que me vio.
Con mi madre se adoraban.
Estando ya en Chucul, fue de visita mi tía
Italia, otra hija de la abuela que vivía en un pueblo muy cerca y tenía una muy
buena situación económica. Trabajaba de modista profesional y su esposo era
dueño de una pequeña usina eléctrica en el pueblo de Olaeta. Mi tía le comentó
a la abuela que había comprado una máquina de coser nueva y que no había
vendido la vieja. En aquella época una buena máquina de coser estaba al alcance
de muy pocos. La abuela no dijo ni palabra, pero supongo que por su mente
desfilaron esos rasgos de generosidad que caracterizaban a esta tana
acostumbrada a pelearle a la vida.
La tía Italia se fue unos días antes que
nosotros en el mismo tren, sólo que ella viajaba hasta Olaeta y nosotros
seguíamos hasta Monte Maíz.
Llegado el momento de partir, la abuela
Valentina le dio a mi madre una carta para la tía que debía dársela al paso del
tren, la estaría esperando en la estación. Pero en Olaeta nos esperaba algo
más, una máquina profesional Singer a lanzadera que la tía Italia nos regalaba.
Mi madre pudo coser con ella para nosotros y
para los vecinos hasta su muerte, y luego se la llevó mi hermana Etelvina que
aún la conserva como una reliquia de familia.
Con esta pequeña historia quiero completar la
estampa de una mujer llena de virtudes y de amor, criada entre sacrificios y
necesidades, que sola sacó toda una familia numerosa adelante. Una mujer que
muchas veces renunció a lo que ella necesitaba y que tuvo las agallas
suficientes para defender a los suyos cuando las circunstancias lo requerían.
Como uno de los 600 descendientes del tronco familiar formado por Benedetto
Tobaldo y Valentina D/Andrea llegados de Italia en el año 1908, muchas gracias
abuela Valentina, cuántos descendientes quisiéramos tener esa manera de
enfrentar la vida de acuerdo a las exigencias y necesidades del momento.
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