viernes, 20 de diciembre de 2013

DOMINUS VOBISCUM




Serie: CUENTOS “DÓMINUS VOBÍSCUM” un divertido e ingenioso cuento de curas recopilado por nuestro blogger Valerio Tobaldo para la RED

DÓMINUS VOBÍSCUM
Pedro Urdemales andaba sin plata y sabiendo que un cura rico necesitaba un mozo, se presentó a solicitar el empleo. Lo aceptaron, y tan activo e inteligente se manifestó desde el primer momento, que todos los de la casa le tomaron cariño. En la noche fue a pedirle órdenes al cura, que liba a acostarse, y el cura le dijo:
— Has trabajado todo el día y aún no sé cómo te llamas. ¿Cuál es tu nombre?
— Señor, — le contestó— mi nombre es un poco raro; pero cada uno se llama como le pusieron en el bautismo y a mí me pusieron Dóminus Vobíscum .
— De veras que el nombre es raro— asintió el cura, pero en fin, es un nombre muy apropiado para mozo de eclesiástico. Bueno, pues, Dóminus Vobíscum, ya es tarde, vete luego a acostar para que mañana te levantes temprano.
— Buenas noches, señor cura.
— Buenas noches, Dóminus Vobíscum.
Acababa de salir Pedro Urdemales de la pieza del patrón cuando encontró en el patio a una de las sobrinas del cura, que también iba a recogerse.
— Has estado todo el día en la casa y todavía no sé tu nombre. ¿Cómo te llamas?
— Señorita, tengo un nombre muy ridículo y no me atrevo a decírselo. Llámeme usted como quiera.
— Pero, hombre, lo natural es llamar a cada cual con el nombre que tiene.
— El mío es... pero no se ría, señorita: La ensalada me hace daño .
— De veras que tienes un nombre muy curioso, pero si así te llamas, así habrá que nombrarte. Y se fue a acostar.
Pocos pasos más a allá encontró a la otra sobrina del cura, que también iba a acostarse y que al verlo se detuvo.
— Dime cómo te llamas, que aún no lo sé.
— Señorita dispénseme que no se lo diga; tengo un nombre muy cochino y no podría usted llamarme con él.
— ¿Por qué no? Si tienes un nombre, lo justo es que con él te llamen. Dímelo no más.
— Se lo diré, señorita, porque usted me lo manda, pero no se enoje. Cuando me bautizaron me pusieron Ya me ensucio .
— ¡Qué nombre tan particular! pero si es el tuyo, con él habrá que llamarte. — Y se metió a su dormitorio pensando: ¡Pero a quién se le ocurre poner a un cristiano un nombre tan puerco!
Mientras tanto, la hermana del cura roncaba que era un contento y ni se había acordado de preguntarle a Pedro cómo se llamaba.
Pedro esperó hasta la 1 de la mañana, y sacándose los zapatos, entró al escritorio del cura y a los dormitorios de la hermana y sobrinas, y después de robar a toda la familia el dinero y las alhajas, montó en el caballo que el cura tenía para salir a visitar la parroquia y huyó a todo escape.
Al otro día, cuando se dieron cuenta de la acción de Pedro Urdemales no se oían sino lamentaciones en la casa. — Esto nos pasa — decían — por tomar al primero que se presenta, sin exigirle recomendaciones de personas conocidas, pero no nos sucederá otra vez.
Habría transcurrido como un mes cuando se le ofreció a Pedro Urdemales un buen negocio con un labrador que le dio cita para un domingo en la iglesia de la parroquia de que era cura el de este cuento. Entró Pedro a la iglesia con cierto temor, que pronto desechó, porque no era hombre miedoso, y se puso en un rincón mientras terminaba la misa. Precisamente en ese momento se daba vuelta el cura hacia los fieles para decir Orate frates ... pero divisó a Pedro y dijo mostrándolo con el dedo:
— Dóminus Vobíscum.
— Señor cura, le dijo el que ayudaba la misa, en voz baja— si le corresponde decir orate frates .— ¡Qué orate frates ni que niño muerto — le contestó el cura; — si lo que yo digo es que ahí, en ese rincón, está Dóminus Vobíscum y que deben tomarlo preso!
— El señor cura se ha vuelto loco— pensó el monaguillo.
Mientras tanto, una de las sobrinas, que miraba hacia atrás para ver si había venido su novio, vio a Pedro Urdemales, e inmediatamente le dijo a su madre:
— Mamá, mamá, La ensalada me hace daño.
— Bien te lo dije anoche que no fueras golosa, ¿para qué comiste tanta?
Y la otra niña, que también atisbaba por todas partes con el mismo fin que su hermana, vio asimismo a Pedro y comenzó a codazos con su madre:
— Mamá, mamá, Ya me ensucio.
— Anda a vaciarte a la casa, cochina; eso te pasa por ser glotona como tu hermana. ¿No les decía yo que no comieran tanta ensalada?
Y Pedro Urdemales, que vio que el cura, y la hermana del cura y las sobrinas lo habían visto y conocido, sin esperar hacer el negocio, salió disimuladamente y subiendo a caballo escapó a toda carrera.
Cuando se vio lejos, libre ya de cuidados y temores, se bajó de la cabalgadura y cambió la ropa vieja que llevaba puesta por la que le había entregado la mujer, que estaba como nueva, y se comió muy tranquilamente la gallina.
Con los doscientos pesos tuvo Pedro para mantenerse y divertirse algunos días.


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