jueves, 19 de diciembre de 2013

ORIGEN DEL GAUCHO





Serie: CULTURA ITALOARGENTINA “ORIGEN DEL GAUCHO” recopilado para la RED por nuestro blogger Valerio Tobaldo


ORIGEN DEL GAUCHO
Durante todo el período colonial la gran mayoría de la población del actual territorio argentino fue rural y debía procurarse la subsistencia por sus propios medios. En el interior boscoso o montañoso del país habían innumerables lugares de asentamiento bien protegidos, con abundantes materiales naturales de construcción y gran variedad de vegetales comestibles, no así en la llanura pampeana, casi totalmente carente de árboles y hasta de piedras pero con abundante ganado vacuno y equino. Así, mientras los habitantes del interior podían asegurar fácilmente su subsistencia de manera sedentaria, con pequeños cultivos de cereales y tropas de ganado, no sucedía lo mismo con los de las pampas. Para ellos la opción natural fue la alimentación exclusiva con carne vacuna y la cobertura de las necesidades restantes por trueque de cueros o productos fabricados con ellos, como lazos y aperos. Así surgieron los gauchos.
Es erróneo pensar al gaucho como el pastor de las pampas. El pastor identifica y marca a cada uno de sus animales, los lleva a pastar y abrevar, los traslada cuando el pasto o el agua se agotan, los protege en el invierno, ayuda a las hembras a parir y protege a sus crías, cuida las heridas de todos, favorece y selecciona su reproducción, aprovecha sus subproductos y los sacrifica de manera controlada para que su número no merme. En una palabra, los domestica. El gaucho fue un cazador y, como todos los cazadores que deben seguir a su presa adonde quiera que vaya, era nómade. Recién cuando las vaquerías cedieron el paso a las estancias y saladeros el gaucho se transformó en peón, a pesar suyo y sólo cuando no tenía otra alternativa. Cuando a fines del siglo XVIII Azara recorrió las actuales pampas argentinas observando la vida y costumbres de sus habitantes concluyó
... que los ganaderos de estas regiones son los menos civilizados de todos los habitantes, y que este género de vida casi ha reducido al estado de indios bravos a los españoles que lo han adoptado, (por lo que) es verosímil que la vida pastoril no sea compatible con la civilización.
El pantalón del gaucho, el chiripa o chiripá, era un pedazo de tela basta de lana que sujetaba con un cinturón de cuero, por debajo del cual usaba calzones de tela de algodón hecha en el Tucumán. Eran infaltables el sombrero de fieltro de alas anchas y el poncho de lana. Los más prósperos usaban chaleco o jubón y todos calzaban las botas de cuero de una sola pieza, sin suela, cortada de la articulación de la pata trasera de un caballo, conocidas como botas de potro. Salvo las botas que fabricaba él mismo, obtenía sus ropas de por trueque, ya que ni él ni su familia hilaban o tejían. La única artesanía que practicaban era el trabajo del cuero. Su mujer vestía una camisa de algodón que le llegaba a las rodillas, de la que usualmente no tenía recambio y lavaba ocasionalmente en el río dejándola secar mientras se tendía desnuda al sol. Tanto los hombres como las mujeres eran sexualmente promiscuos, y era poco común encontrar niñas mayores de 8 años que fueran todavía vírgenes.
Su vivienda era un rancho de adobe con techo de cañas y paja, las aberturas de cuya única habitación, sin puertas ni postigos de madera, se cerraban con cueros durante la noche. El piso era de tierra apisonada; la cama consistía en un cuero sujeto con tientos a estacas de madera o simplemente tirado sobre el suelo. No había usualmente mesas, bancos ni otro tipo de mobiliario o vajilla que un barril para almacenar agua, un cuerno para beberla y una pava para calentar el agua con que preparaba el mate. Se sentaban simplemente en cuclillas o sobre un cráneo de vaca o caballo alrededor del fogón. Éste era un simple círculo de piedras en cuyo interior se encendían los espinillos, bosta seca o huesos que eran el único combustible disponible en las pampas, y sobre el cual asaban su invariable alimento, tiras de carne vacuna atravesadas por ramas aguzadas que se hincaban en la tierra (cancana). Comían recortando delgadas tiras de carne sin sal con el facón, que les servía también para llevárselas a la boca. Colgaban de las paredes y techo sus lazos y aperos de montar, así como trozos de carne desecada, el charque o charqui que era la única provisión que llevaba consigo. Las únicas partes que comía de los vacunos eran la lengua y las carnes del lomo, las piernas y la que recubre el vientre y el estómago (matambre). Se mofaban de los europeos que ingerían legumbres y hortalizas, a las que calificaban desdeñosamente de "pasto", y el pan era desconocido para ellos. Los alrededores del rancho estaban siempre sembrados de osamentas, las más recientes pudriéndose al sol, cubiertas de aves carroñeras y apestando el ambiente.
El equipo personal del gaucho consistía en facón (cuchillo de doble filo, herencia cultural de los moros que ocuparon España durante siglos), espuelas —que obtenía por trueque—, rebenque, lazo, y boleadoras —que fabricaba él mismo con cuero. El único lujo que se daba eran las monedas de plata que fijaba a su cinturón, metal frecuentemente presente también en sus espuelas, los arreos de su caballo, el mango y la vaina de su cuchillo. En la sociedad virreinal la plata era símbolo de prosperidad y de tradición, y hasta los hogares humildes tenían algún trozo del metal precioso aunque más no fuera adornando un mate. Bien provisto de sus vicios (mate, tabaco y ginebra) y su caballo (al que trataba con dureza), el gaucho estaba listo para partir en cualquier momento hacia el rumbo que fuera.
Era un habilísimo jinete, el único nativo comparable al amerindio. El naturalista inglés Carlos Darwin relata en su libro El viaje del Beagle como un caballo muy brioso tres veces se alzó tan alto sobre sus patas traseras que cayó de lomo. Las tres veces el gaucho se deslizó antes de la caída y tan pronto el animal comenzó a ponerse en pie volvió a montarlo. Esta capacidad lo hizo indispensable para la caballería patriota de las guerras de la independencia. Hay numerosas anécdotas sobre cómo los gauchos de Martín Güemes, inmensamente sobrepasados en número por los ejercitos realistas, pudieron mantenerlos en jaque impidiendo la conquista del Noroeste argentino. Un general español de la época comentaba que eran extraordinariamente diestros en manejar sus caballos, expertos en el uso de todo tipo de armas, valientes, astutos para dispersarse y volver rápidamente a reagruparse, con gran confianza en sí mismos y una agilidad y sangre fría que despertaban la admiración de los oficiales europeos. Según el mismo general, eran iguales sino superiores a los cosacos, capaces de disparar con precisión montados o de a pie, con destacada habilidad para los ataques sorpresa y la guerra de guerrillas. Sin embargo, y a pesar de su destacada contribución a la emancipación de Argentina, el gobierno nunca les otorgó masivamente tierras donde pudieran establecer sus familias.
La vida del gaucho es un prototipo de desintegración social. Como en sus correrías recorría grandes distancias, y en las pampas habían muchos más hombres que mujeres, raras veces formaba una familia estable. Esto estaba compensado por la poliandría de la mujer rural pampeana, quien solía tener muchos hijos de padres diferentes. A diferencia de las tribus nómades, que en sus viajes se desplazaban con toda la familia, las mujeres estaban asentadas en sus ranchos, mientras los hombres vagaban solos, ni siquiera en grupos, por la llanura. El único centro rural de socialización de esa época era la pulpería, peculiar mezcla de almacén de ramos generales, bar, salón de juegos (como la taba), entretenimientos (como las payadas), deportes (como la riña de gallos, las cuadreras y el pato) y bailes. Que los comensales no siempre eran amigables lo ilustra el hecho que el dueño los atendía detrás de seguras barras de hierro. Los relatos de la época señalan la frialdad con que presenciaban o causaban derramamientos de sangre frecuentemente mortales. Acostumbrado desde su infancia a degollar y carnear animales, le parecía natural hacer lo mismo con las personas, a veces por mera diversión. Como despreciaba las tareas de pico y pala, a las que consideraba denigrantes, cuando los estancieros quisieron construir zanjas y setos o colocar alambrados debieron contratar mano de obra extranjera a muy alto precio.


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