lunes, 30 de septiembre de 2013

LOS TAMBEROS: Su Mundo





VALERIO TOBALDO 

SUS ORÍGENES, SUS ANTEPASADOS.
CÓMO SU FAMILIA FORMÓ PARTE DE LA INMIGRACIÓN ITALIANA PROCEDENTE DE VICENZA, REGIÓN DEL VENETO

A partir de 1968 se inicia un tiempo de grandes cambios en la firma debido a una renovación generacional, los hijos de las distintas familias Magnasco se hicieron cargo de la dirección de la empresa con un replanteo tanto en Sección Fábricas como en Sección Campos. Sería muy largo y ajeno a lo que estoy detallando de mi vida explicar el proceso con amplitud, aunque debo citar los efectos que este recambio supuso para los que estábamos dentro del sistema.
Independizaron la Sección Campos Canals de la Sección de Venado Tuerto, y al comunicárselo al Sr Houlin, éste renunció inmediatamente, supongo que previno con buen criterio su dificultad para desarrollar su gestión entre gente joven. El Sr Houlin respondió tal cual había sido siempre su carácter, recto y sincero. Supo elegir el momento justo para su retiro. Me queda agradecer lo mucho que me enseñó, no sólo de campo sino también como persona.
El nuevo mayordomo general eligió campo La Panchita como su residencia, quedando libre La María donde me trasladaron. Esta estancia era netamente tambera. En ese momento sólo se explotaban 16 tambos de los 20 que tenía, ya que a principios de año, finalizados los contratos de arrendamiento a sus dueños (Magnasco los explotaba pero no tenía la propiedad de la tierra), se habían entregado 1000 hectáreas, la parte de Bella Vista que comprendía cuatro tambos. 
En ese entonces, me pareció, por pura suposición propia, que no era el momento ni la manera para efectuar ese cambio. La idea que tenían de modernizar tecnológicamente la firma, tanto en fábricas como en campos, no tenía en cuenta la capacitación del personal, era como poner los bueyes detrás el arado. Más adelante se verá más claramente esto.
En cuanto a mi ambición, no sólo era especializarme en tambos sino que deseaba ampliarla en todos los rubros, especialmente en agricultura ya que yo era ganadero por obligación y agricultor por vocación; luego de dieciocho años trabajando en la firma había hecho muy poca agricultura. La ganadería que yo dominaba era la tambera, trabajo que con el tiempo se me hizo rutinario y aburrido. Y como dicen algunos: “el té es como las visitas, el primer día es delicioso, el segundo huele y el tercero pudre” (aclaro que ése no es mi criterio para con las visitas, los invitados en casa siempre nos alegran la vida, lo digo sólo por el trabajo). Lo mismo con mi responsabilidad de Escritorio, tarea que me seguía tocando en La Panchita. 
La idea de un cambio de aires se iba madurando en mí, me estaba asfixiando. Ya tenía 39 años y mucha experiencia en lo que hacía pero unas ganas enormes de seguir creciendo. Yo creo que me faltaba el empuje final, en el fondo tenía miedo a un cambio. Mientras tanto asistía a todas las charlas que técnicos de distintos semilleros o ingenieros daban en la zona, en materia de semillas y nuevas técnicas de agricultura.

Como una pincelada del nuevo destino contaré del colegio que había dentro de la estancia. En ese entonces era muy difícil la escolarización de los hijos en el campo y mantener esta escuelita era un buen servicio para muchos. Desde la Cooperadora formada por los padres se organizaban varias fiestas durante el año para sufragar los gastos: carreras de caballos y bailes por la noche en el galpón grande. Fiestas que terminaron siendo famosas en la zona y a las que concurría gente de todos los pueblos vecinos. 
El edificio situado en el casco contaba con dos aulas. La maestra, Olga Quiroga, la hija del mayordomo de La Tomasa, venía todos los días para enseñar a los hijos de los que trabajábamos en la estancia y de algunas familias vecinas también. Nuestro hijo Daniel asistía a esta escuelita. Pero en el caso de Patricia, desde Jardín de Infantes estudiaba pupila en Canals, en el colegio de Nuestra Señora de la Misericordia. Marta entendió con buen criterio que la educación con las monjas era la mejor opción.

Y como dije antes, no quiero avanzar en mi historia sin poner el acento en el rubro TAMBEROS. Los he mencionando en varias anécdotas graciosas pero ahora comentaré sobre ellos en su doble condición: el tambero como oficio y el tambero como hombre. Creo justo reconocer la dureza del oficio, en esos años el ordeñe se hacía a mano y a cielo abierto soportando las inclemencias del tiempo.
Por lo general al tambo lo hacía el grupo familiar, padres e hijos, y en muy raras ocasiones se recurría al empleo de un peón.
Diariamente, el tambero con sus hijos o hijas a partir de los 11 o 12 años, y en muchos casos su esposa, iban al corral por la madrugada a iniciar el ordeñe. En más de una oportunidad he visto mujeres en avanzado estado de embarazo ordeñando. 
Cada tambo tenía en ordeñe 100 vacas de promedio. Desde Septiembre a Marzo se ordeñaba por la mañana y por la tarde, todos los demás meses, únicamente por la mañana. 
Los horarios de ordeñe eran, más o menos, desde las 3 de la mañana, y por la tarde desde las14 horas en el tiempo en que se ordeñaba dos veces al día. En los meses de un solo ordeñe el horario de la mañana seguía siendo el mismo. La leche debía entregarse a la fábrica, como último horario, a las 10 de la mañana. Este era uno de los problemas más grave ya que el tambero no lo cumplía con regularidad.
La casa, y me refiero sólo a los tambos de Magnasco, eran cómodas, con dos dormitorios, un comedor, cocina y una galería cubierta adosada a la casa. Formando una unidad separada había una pieza anexa que no tenía comunicación por dentro, para uso de un peón. Si no, se usaba como depósito de la ropa que tenían para ordeñar, o para guardar trastos. No tenían agua corriente ni luz. Ni baño, tenían una letrina alejada de la casa y el agua se la proveía un molino que era el mismo que abastecía a los animales. En cuanto a la luz, usaban faroles a kerosén, llamados “Sol de noche”, que también se usaban en los corrales para ordeñar a la madrugada. Se colgaban dos faroles en palos altos en medio del corral.

Como ya dije los tamberos eran familias humildes, con distintos grados de educación y de muy escasos recursos. “Encontrar un tambo” como trabajo les abría un mundo nuevo porque ganaban muy bien aunque para esto trabajara toda la familia. 
Muchos tamberos con el fruto de su esfuerzo compraron sus casas, educaron sus hijos y mejoraron su nivel de vida. Pero otros, fueron la antítesis, como nunca se habían encontrado con tanto dinero en los bolsillos compraban todo lo que les fiaban o les vendían en cuotas. Ese tipo de tamberos eran “un un bocato di cardenale” para muchos y daré algunos ejemplos…
Aprovechando que no controlaban los gastos para su subsistencia, el almacén-boliche les vivía fiando, compraban sin control y siempre le quedaban colas de cuentas. 
Recuerdo que pasaban fotógrafos por los tambos que les ofrecían hacer copias en tamaño grande de fotografías de sus padres o parientes, y hasta en colores. Les recibían las fotos y al mes se las traían enmarcadas en cuadros grandes y a todo color, todo en cuotas.
En una ocasión, la esposa de un tambero pidió que le hicieran un cuadro en grande de sus padres, pero como el padre tenía puesto un sombrero y a ella no le gustaba, quería que se lo sacaran. El fotógrafo cuando se retiraba le preguntó cómo se peinaba el hombre y ella le contestó “Yo no conocí a mi padre y no sé como se peinaba. Ud. se dará cuenta cuando le saque el sombrero”.
En otra ocasión, fui a visitar al tambero Bazán, me hizo pasar a su casa y vi que tenía colgados una gran cantidad de cuadros de todos sus familiares, que parecía un museo. “¡Cuántos recuerdos familiares, Don Bazán!” le dije con asombro, y me contestó: “Plata no tengo pero sí un capital en cuadros”. Y la verdad que el pobre tenía razón, ya que en las paredes estaban colgados todos sus ahorros. 

Otro negocio era la venta de radios a batería ya que muy pocos las poseían,“la comprás ahora con una entrega y el resto en cuotas”.
Todo iba formando una interminable cadena de compras al fiado. Para poder usar la radio había que cargar la batería y a fin de poder tener siempre carga había que encarar una nueva compra que era el molinito a viento para cargar la dichosa batería. Y así siempre. Esto era interminable.
Casi todos los tamberos se movilizaban en sulkys, muy pocos tenían coche. Esto despertaba la envidia de los demás y por esta causa entró a jugar la venta de coches usados, los concesionarios encontraron en ellos un buen filón. El tambero compraba siempre que le dieran facilidades sin fijarse en marcas ni modelos, es decir todo coche viejo a quien los vendedores le cambiaban la cara con una buena mano de pintura.
Como no sabían manejar siempre había un amigo o un pariente que les enseñaba y era común ver los coches por medio de los lotes, lugar que elegían para aprender.
Recuerdo a un tambero que hacía el primer viaje con su señora al pueblo, el trayecto era todo sobre la ruta. La mujer continuamente miraba para atrás o para adelante y cuando de cualquier lado veía venir un coche o un camión le decía “ Viejo tirate a la banqueta (banquina)” Hicieron casi todo el camino por el costado y demoraron más de dos horas para hacer 15 Km.

Una compra que era necesaria en el campo era la heladera, que casi nadie tenía. En una época comenzó la venta de heladeras a kerosén, de cualquier marca pero siempre con la “bendita cuota”. No lo mencioné antes pero esta gente era como los pescadores, siempre querían superarse con la pieza que pescaban. Los tamberos cuando se juntaban en el boliche pregonaban los dones de las marcas de las heladeras que habían comprado. Cierta vez, reunidos en el boliche del Pibe Rivarola, y de esto doy fe porque estaba yo presente, salió el tema. Comenzaron a comentar los dones y las propiedades de las heladeras propias. Don Flores había comprado una de marca Alaska y aseguró que enfriaba tanto que a las tres horas el frío le rompía las botellas. Don Leiva comentó que la suya de marca Siam era un problema porque le congelaba todo lo que le ponía. Y para no quedarse atrás, Don Galván dijo que la suya no sólo enfriaba sino que escarchaba. Y el Pibe Ribarola (que era tremendo) que tenía una heladera grande importada de la marca Servel, no decía ni palabra. Cuando le preguntaron sobre la suya, él les contestó siguiendo la corriente “Ya me tiene podrido esta heladera, cualquier día la cambio. Todas las mañana tengo que calentar una pava de agua y echársela a la puerta ya que enfría tanto que se pega…” Silencio total.

Pero los peores vicios eran el juego de los dados y las carreras de caballos. En cuanto al juego de dados, quién lo organizaba en el pueblo tenía el visto bueno de la Policía. Y las carreras de caballos eran muy comunes. Todo era por plata. 
En los tambos de Magnasco estaba prohibido el cuidado de parejeros, pero en los pueblos había mucha gente que se dedicaba a ese trabajo y se los cuidaban.
Los tamberos trabajaban a porcentaje, el 45% de la producción era para ellos y el 55%, para el patrón. El pago se efectuaba religiosamente todos los días 10 de cada mes.
Esa manera de comprar en cuotas era una fuente importante de dinero que entraba a los negocios de los pueblos y muchos comercios “adelantaban” en poco tiempo. Y todo desenfreno a la corta o a la larga hace sufrir sus consecuencias. Cuando los tamberos no cumplían con sus compromisos de pago llegaban a la Central de Magnasco los embargos. Había que encontrarle una solución a esto entonces la firma, de acuerdo con el Banco Provincia de Córdoba, les abrió a todos los tamberos una cuenta corriente en la que se les depositaban sus haberes. Se les entregaba una libreta de cheque para que ellos los libraran en función de sus necesidades. Pero como es de imaginarse, el remedio fue peor que la enfermedad. En muchos casos el comerciante se quedaba con la chequera por pedido del tambero, cuando había que pagar se hacía un cheque. La mayoría de los tamberos no tenían ni la más remota idea de lo que era una cuenta corriente ni el dinero que tenían con este nuevo sistema. 
Nunca olvidaré aquel día que llevé al banco de Canals a un tambero de apellido Figueredo. Como no sabía escribir me dio la libreta para que le hiciera un cheque de $250. Antes de pasarlo a la caja para su pago, como era costumbre, el empleado miró el saldo de la cuenta y resulta que no cubría el importe del cheque, faltaban $75. Le comunicó que no se lo podía hacer efectivo a lo que Figueredo contestó al momento: “No se haga problemas, le hago un cheque por esa plata que falta”.

Espero que esta parte de mi relato no haya resultado tediosa, pero debía hacer notar el particular comportamiento de esta gente que con mucho esfuerzo llegaba a ganar un buen dinero y que en muchos casos no sabía administrar. Un dinero que era el fruto del sacrificio y el futuro de toda la familia.

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