VALERIO
TOBALDO
Mis anécdotas
Un
criollo en Buenos Aires 
Nos contaba Benito Ruiz, que era Mayordomo de  una estancia llamada  “Los Alfalfares”, muy cerca de la localidad
de Maggiolo en la Provincia   de Santa Fe, que tenía un Puestero trabajando
en el establecimiento desde hacía muchísimos 
años. Don Adalberto, tal era su nombre, vivía con su mujer, doña
Alejandrina y una única hija, Luisa, que por cierto “ya no se cocinaba en un
solo hervor” y lo peor, sin candidato a la vista.  Pasaban los años hasta que una amiga de Luisa
, que hacía tiempo vivía en Buenos Aires, intentó convencer a  don Adalberto y a doña Alejandrina que dejaran
ir a la Luisa  a
la capital.  Pero todo fue en  vano. Ni bien, ni mal se iba su “nena” a
Buenos Aires. La Luisa 
no era ni  linda ni fea, era como la
actual  Selección Argentina de Fútbol : “mucha
 delantera , pero media floja en  defensa” .En los bailes nunca jugó como
titular  siempre como  suplente, y si alguna vez entró fue en los
últimos minutos  para hacer  tiempo. Todo lo que conocía la pobre muchacha
era Venado Tuerto, una ciudad vecina.
 El tiempo fue
pasando y ya la Luisa 
treintañera  y sin compromisos habidos ni
por haber, se confabuló  con su madre y
su amiga de la capital  y agarraron el
toro por las astas; sin más preámbulos le anunciaron a don Adalberto que la Luisa  se iba a Buenos Aires
la semana próxima y que se alojaría hasta encontrar trabajo en la casa de su
amiga.
Don Adalberto “corcoveó un rato  en redondo”, como si quisiera sacarse el
jinete de encima  y al principio se
resistió hasta que la Luisa 
le  dijo: 
_Soy
mayor de edad y te guste o no  yo me voy
Buenos Aires, aquí no me quedo un día más para vestir Santos _ y agregó _ Te guste o no yo me voy. Además la 
mamá esta de acuerdo. 
Sin lugar a dudas, la pobre doña Alejandrina iba a
sentir mucho a su hija, pero seguir discutiendo con don Adalberto era “como
bolsillo de manco” en criollo: al pedo.
Como ya se había quedado sin argumentos, don
Adalberto la amenazó con que   nunca más
los vería ni a él ni a su madre. Pero la Luisa  partió.
Pasados 4 años desde que la muchacha se había
instalado en Buenos Aires; había conseguido trabajo al poco tiempo de llegar, luego
formó pareja. Pero don Adalberto seguía en sus treces,  no quería saber nada de ella, ni  ir a visitarla, ni tampoco que ella viniera
al campo.
Como doña Alejandrina no andaba bien de salud, un
amigo de don Adalberto lo convenció que fueran a visitar a su hija, que él iba
a la semana siguiente a Buenos Aires en tren y así podrían viajar juntos.  
Don Adalberto lo habló con su esposa, pero el médico
le dijo que ella no podía viajar, así que arreglaron que iría solo y le
avisaron a su hija que lo fuera a esperar a Retiro. El paisano no tenía ni la
más  mínima noción de lo que era  Buenos Aires.
Todo lo que sigue se lo contó personalmente don
Adalberto a otro paisano que fue mi Capataz 
en un campo donde yo trabajaba, se llamaba  don Nicolás Artaza. Eran amigos, y en una
ocasión se encontraron y mantuvieron, más o menos, la siguiente conversación;
aunque a decir verdad fue más bien un monólogo de don Adalberto: 
_
Viejo, ¿Como te fue por Buenos Aires? _ Quiso saber don Artaza.
_
Mirá Negro, vos no vas a creer lo que te voy a contar. Yo tenía otra idea de la
ciudad, allí  no hay ni campos ni rodeos
donde nosotros podamos trabajar. La gente vive a los empujones, puro alboroto.
Todos corren cuando llega un colectivo  a
una esquina  y después no suben. Como me
extrañó le pregunté a la Luisa    porque no subían y ella me dijo que no
era  el número que debían tomar para donde
iban. Además pareciera que no tienen lugar para levantar casas, ya que están
todas encimadas, como si nosotros montáramos 
cuatro ranchos, uno sobre otro. Caballos en el poblado, no ves ninguno, usan
una cosa de dos ruedas, más chicas que las de 
un sulky de carrera, parece que se llama bicicleta y las traen de otros
pagos. No vieras, che, corre más que un avestruz, es serenita y no corcovea,  y como no come nada te juro que ni bostea. No
se como diablo ni en que idioma hablan, no podes entender  un carajo. Te juro que si hubiera tenido una
tijera  le corto la porra a más de uno.
Andan con los pantalones rotos. Ves a los pendejos y a las pendejas fumando o
chupando cervezas  en las plazas. Continuamente  tenés 
que ir esquivando soretes de perros en todos lados.
Salí
con la Luisa  a
dar una  vuelta por la ciudad y me dice ¿Papá,
 ves el “Obe”? y me mostró un coso lago
para arriba, entonces le pegunté ¿que es 
el “Obe”? Papá,  me  dijo molesta, es el Obelisco. Me pregunté
para que habían hecho una cosa así si  después no lo usan para nada, porque gente no
se veía que viviera. Cansados de caminar, la Luisa  me propuso tomar el “subte”, yo creí que eso
era un refresco, y me gustó la idea porque estaba más cansado que “perro de
verdulero”. Pero cuando llegamos ¡Qué decepción, mi amigo! nos metimos en un
pozo con escaleras,  y la gente  subía y bajaba, entonces  le pregunté que era eso del “subte”. La luisa
dijo, papá el “subte” .es el tren subterráneo. Entramos, te juro que yo iba más
cagado que “palo e gallinero”  Llegamos y
antes  de 
subir al tren había unos aparatos que 
se llaman molinetes, que tienen 
unas ranuras para meter una ficha, y recién podés entrar, si no  metés 
la ficha, por más que empujes, minga vas a pasar. Esperamos un buen rato
hasta que llegó un cosa parecida a un tren y cuando se abrieron las puertas de golpe  la gente salía y entraba a los empujones,
como cuando encerras  vacas en los corrales.  Cuando quise acordar no vi más a la Luisa. Y  rápidamente
pensé para mis adentros ¿si no la encontrás 
que haces?   Por ahí la vi y las
puertas se cerraron solas. Ya había pasado tres días en Buenos Aires y mi amigo
se volvía y yo con él. Hasta ese momento la Luisa  no me había preguntado por la madre,  entonces la llamé y le dije 
_“LUISA,
NO ME PREGUNTASTE NUNCA  POR “LA QUETE ”
_
¿QUIEN ES LA “QUETE”  PAPÁ? _ me preguntó
extrañada.
_ “LA QUE TE  PARIO” M’HIJA ¡TU
MADRE! 
Te
juro hermano que  ni “maneao” ni “embozalao”
me llevan más a Buenos Aires.      
 
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